¡Oh María,
sin pecado concebida, cuya inmensa bondad y tierna misericordia no excluye el
alivio de este amargo fruto de la culpa que se llama enfermedad de la cual es
con frecuencia víctima nuestro miserable cuerpo! ¡Oh Madre piadosa, a quien la
Iglesia llama confiada ¡Salud de los enfermos! Aquí me tenéis implorando
vuestro favor. Lo que tantos afligidos obtenían por la palabra de vuestro Hijo
Jesús, obténgalo este querido enfermo, que os recomiendo, mediante la
aplicación de vuestra Medalla. Que su eficacia, tantas veces probada y
reconocida en todo el mundo, se manifieste una vez más: para que cuantos seamos
testigos de este nuevo favor vuestro, podamos exclamar agradecidos: La Medalla
Milagrosa le ha curado.
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