La Virgen de Belén (también llamada Nuestra Señora de Belén) es una
advocación mariana del catolicismo que se venera en San Mateo. En 1962,
Monseñor José Alí Lebrún Moratinos y Monseñor Feliciano González, primer y
segundo Obispos de Maracay respectivamente, solicitaron la Coronación Canónica
de la Imagen de la Virgen de Belén, acto celebrado el 31 de enero de 1965, todo
gracias al desarrollo devocional creciente del pueblo de Aragua, hacia la
Virgen de Belén. Desde su aparición la Virgen de Belén ha sido nombrada patrona
de Aragua, pero no fue sino hasta el año 2004 cuando el Gobierno regional
(Gobernador Didalco Bolívar) lo decretó así, además de nombrarla cuarto símbolo
de la entidad. Dicha designación es efectuada debido a que en pocos sitios del
país se ha registrado este acontecimiento religioso.
HISTORIA
Corría el año de 1709, bañaban los rayos del sol de noviembre en torrentes
de luz los montes de Pipe, al norte del villorio, y al soplo continuo y
halagüeño de una brisa refrigerante y embalsamada, ondulaban los ricos
cañaverales del ubérrimo Valle del Aragua, donde las plantaciones de caña
dulce, de añil y cerrados maizales habían sustituidos a lo tupidos bosques del
siglo anterior.
El pueblo contaba entonces con solo humildes y pajizas chozas, regadas sin
orden ni armonía en torno de la iglesia parroquial, cónsona esta, por la
humildad de su aspecto interior, con la pobreza e indigencia de los vecinos. Su
chata torre, cual dedo extendido, señalaba el cielo, recordando a todos su
eterno destino; y el agudo tañer de su campana llamaba a los niños de ambos
sexos a la doctrina que con celo y amor, les explicaba el Rvdo. Padre Fray
Nicolás de la Torre. Era, en este venturoso año cacique de la comunidad
indígena de San Mateo, Don Mateo de Oroguaypuro, u Oroguaypur, quien gozaba de
gran prestigio entre sus coterráneos.
Distante una cuadra de la iglesia estaba situada la choza del indio Tomás
José Purino, hombre sencillo y temeroso de Dios, de conducta recta y fama
intachable, siendo notoria su pureza de costumbres y verdadera religiosidad;
gozaba entre los suyos del aprecio a que siempre se hace acreedora la virtud
con tal razón veíase investido con el cargo de fiscal de la Doctrina. Estaba
unido en legítimo matrimonio con Inés Heredia, también india de vida arreglada,
que compartía con él los mismos sentimientos y deseos.
En la mañana del 26 de noviembre del ya citado año, salió Tomás José Purino
al patio interior de su casa y dióse a la faena de ajar un tronco de un árbol
para el uso particular de su hogar. Apenas había iniciado su trabajo, cuando
dirigiendo la vista a un punto del suelo, inmediato a él, observó con rara
extrañeza una curiosa novedad: a medida que golpeaba el palo con el hacha, el
suelo se movía, y se levantaba ligeramente la tierra. Con viva curiosidad
observaba Purino este inesperado fenómeno, que su mujer atribuyó en un
principio al vigor y fuerza con que golpeaba el madero, pero, prosiguiendo el
indio su ruda faena, creció de pronto su extrañeza al observar que la tierra,
levantándose hasta formar una pequeña prominencia, se iba abriendo dejando en
su centro una como raja u hoyo. No conteniendo su emoción exclamó a grandes
voces: "¡Inés, Inés, ven, corre!".
No sabiendo el motivo de esta alarmante llamada, acude presurosa la india y
ambos esposos vieron como por la raja del centro de la prominencia de la
tierra, que lentamente se había formado, salía, hasta quedarse parada encima,
una diminuta imagen del tamaño de una moneda de un vellón (aproximadamente el
tamaño de una moneda actual de 500,00 Bs.).
Indescriptible fue la emoción de Purino y de su mujer cuando, acercándose
más, advirtieron que la imagen aparecida representaba a la Virgen sentada sobre
una media luna y sosteniendo con la mano derecha al Niño, posado sobre sus
rodillas. A una orden de su marido, trae Inés un pañito con el cual el indio,
doblada la rodilla, coge la sagrada imagen y la coloca en un altar de su casa,
en medio de luces y flores con que la adornaron los afortunados moradores de
esta bendita mansión.
Divulgóse este prodigio por todo el pueblo, y la choza del indio se llenó
de gente que acudía a contemplar a esta imagen y a oír el prodigioso relato de
su providencial hallazgo. Quiso entonces el fervoroso Purino ofrecer a la Madre
de Dios el espiritual obsequio del Smo. Rosario, que rezó en compañía de su
madre María Micaela, de su mujer y de los muchos indios y demás gentes del
pueblo que entonces llenaban su casa.
CORONACIÓN ARQUIDIOCESANA
Atendiendo a la solicitud del Pbro. Luis Rafael Romero, cura de San Mateo,
y de otros párrocos y fieles de las comarcas del valle de Aragua, el
Ilustrísimo Señor Arzobispo de Caracas, con fecha; 10 de noviembre de 1927,
decretó la Coronación Arquidiocesana de la milagrosa imagen de Nuestra Señora
de Belén.
Con el fin de preparar el grandioso acto de esta coronación, que fue fijada
para el 25 de noviembre de 1928, se organizaron Juntas de damas y caballeros,
los cuales con lujo de gala y buen gusto, prepararon los espléndidos festejos
de los días 24, 25, 26, 27 y 28 de noviembre de 1928, días de gloria para San
Mateo, en que la simpática población aragüeña vio congregarse en torno de su
histórico templo a Venezuela toda. El representante del Papa, el episcopado y
el primer magistrado de la República, el rico y el labriego, el artesano y el
hombre de letras, todos a una se dieron cita a los pies de María para
glorificar a la Madre meliflua de Cristo.
Ante una selecta y piadosa concurrencia de unas quince mil personas, y
asistido por los Ilustrísimos señores Felipe Rincón González, Arzobispo de
Caracas, Salvador Montes de Oca, Obispo de Valencia, Arturo Celestino Alvarez,
de Calabozo, y Monseñor de Sanctis, Auditor de la Nunciatura, el Excelentísimo
Señor Nuncio Apostólico en Venezuela, Ilustrísimo Sr. Fernando Cento, bendijo
solemnemente la corona con la cual ciñó la venerada imagen, a los vibrantes
acordes del Himno Nacional, que siguieron a los delirantes vítores de un pueblo
entusiasmado, los atronadores acentos de disparos y cohetes y los prolongados
repiqueteos de las campanas. Los bellos versos del himno de la coronación, cuya
letra es de la inspirada lírica del poeta Fray Angel Sáenz, y la música, del
aventajado compositor Pedro A. Pino, terminaron el acto, con la suavidad de su
ritmo y armonía.
Cuantos presenciaron las fiestas de la coronación guardan de ellas
imperecedero recuerdo y es de esperar que el movimiento mariano que despertaron
irá siempre en aumento, ya que con gusto sabemos que son muchos los fieles que
visitan ahora la simpática Reina de los Valles del Aragua.
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