EL BAUTISMO: SACRAMENTO DE LA FILIACIÓN
¡Dios es mi
Padre! ¿Cómo podré comprender tan grande privilegio? Era la criatura de un Dios
Todopoderoso y de pronto el sacramento del Bautismo me elevó a una dignidad que
simplemente no puedo imaginar.
Antes de la
Creación, Dios me había elegido para ser, y luego me eligió de nuevo para ser
su propio hijo. Su amor me atrajo hacia Él mismo al adoptarme como su hijo, y
para que esta filiación fuera real y no imaginaria hizo de mi alma su propia
morada. Dios Padre, Hijo y Espíritu vive en mí. ¿Por qué este hecho no domina
mi mente y mueve mi corazón a amarlo más? Quizás la dificultad reside en la
grandeza de esta verdad. ¿Es acaso este misterio demasiado grande para poder
ser entendido por mi pequeña mente? Temo admitir que son las obligaciones que
se desprenden de dicha realidad las que me llevan a poner a un lado esta verdad
detrás de cosas mundanas, enterrada lejos de la vista.
Siempre me
encuentro en Su Presencia. Debería ofrecer a Jesús a cada persona que veo
siendo un Hijo de palabra y de acción. Mi actitud hacia el prójimo debiera ser
de amor, humildad y bondad. Las virtudes de Dios, mi Padre, deberían brillar en
mí de modo que todos los hombres vean a en mí a Jesús. Por el Bautismo, cada
una de sus virtudes se hacen mía por lo que debo velar para que ninguna prueba
genere en mí ansiedad, ninguna privación me tenga preocupado, ningún dolor me
haga desesperar y ninguna necesidad me vuelva egoísta porque soy un hijo de
Dios, el mismo Dios cuya providencia cuida del campo que da alimento y las aves
que bajan del cielo, el mismo Dios que me eligió entre millones de seres
humanos para conocerlo y amarlo, el mismo Dios que me observa y me cuida como
si fuera la única criatura de sus manos. Hoy día voy a pensar en mí condición
de hijo, en su amor por mí, y en como debo irradiar ese amor a mis hermanos.
LA CONFESIÓN: SACRAMENTO DE LA RECONCILIACIÓN
El pecado es
un arma que hiere a Dios, a mi hermano y a mí mismo. No puedo permitirme pensar
que no puedo herir a Dios, no puedo opacar la realidad de que cualquier cosa
que le haga a mi prójimo se la hago a Él. Su Voluntad ha ordenado que haga lo
que haga, bueno o malo, él sea el receptáculo. “¿Por qué me persigues?” le
pregunta a Pablo, “estaba hambriento y me diste de comer” les dice a sus
apóstoles.
Al ser su
Templo, cuando pecamos profanamos este templo al optar por nosotros mismos y no
por Dios, por un momento el templo se vuelve totalmente mío y Dios es conminado
a salir. Me prefiero a mí mismo que a Dios, prefiero mi propio bien que el bien
de mis hermanos.
En la
Parábola del Hijo Pródigo, Jesús nos ofrece un ejemplo del triple efecto del
pecado. El hijo descarriado ofende a su padre con su desobediencia, ofende a la
sociedad con su mal ejemplo y se ofende a sí mismo cometiendo la indignidad de
alimentarse de la comida de los cerdos.
Su humilde
arrepentimiento lo mueve a volver donde su Padre en primer lugar y a buscar su
perdón, para luego empezar a reparar el daño que le había hecho a la sociedad.
Su humilde arrepentimiento les muestra a los demás la bondad de la
misericordia. El perdón de su padre le devuelve la dignidad de hijo, su
conversión del mal le da a la sociedad el buen ejemplo que tanto necesitaba. El
hijo pródigo sabía de la bondad de su Padre incluso en medio del exilio, pero
su naturaleza humana necesitaba oír las palabras de misericordia con sus
propios oídos, necesitaba una confirmación humana.
Yo también
la necesito. El Padre me ha brindado la oportunidad de escuchar estas palabras
de amor misericordioso y de sentirme liberado de la carga del pecado de mi
alma. Jesús se presenta a sí mismo en la persona del sacerdote para absolverme
de mis pecados, sanar mis debilidades y restaurar mi amistad con el Padre.
Reconciliado con Dios, estoy listo para amar a mi prójimo con un amor más
profundo y sin intenciones egoístas.
Las
actitudes y las intenciones que tan frecuentemente me mueven a optar por mí
mismo en vez de Dios son dejadas atrás y me hago más apto para cambiar mi vida.
Cuando descubro las áreas de mi alma más necesitadas, puedo dirigir mi voluntad
para cambiar de modo que la imagen de Jesús en mí pueda hacerse más y más
radiante.
Te doy
gracias, Señor, por este sacramento que restaura mi amistad contigo, purifica
mis actitudes, reencamina mis pasos, sana mis debilidades y me reconcilia con
mis hermanos.
LA EUCARISTÍA: EL SACRAMENTO DEL CRECIMIENTO
¡Esta fuera
del alcance de mi comprensión entender a Dios haciéndose hombre! No puedo
entender tal amor por mí. Estoy acostumbrada a limitar el amor y encuentro mi
alma en falta ante la mirada del Amor Infinito. ¿Por qué me encuentro en tal
dilema? Por lo menos Él tuvo una naturaleza humana, era Dios y hombre, alguien
que comió, bebió, durmió, trabajó, habló y sufrió.
Pareciera
que su Amor alcanzó sus límites al bajar tan hondo, pero no, su Amor se las
ingenio para hallar una forma por la cual pudo venir a la tierra, redimir a la
humanidad, regresar triunfante al Padre y además quedarse conmigo mientras
peregrino en la tierra.
Habría de
bajar a mayores profundidades de humildad y obediencia. Continuaría brindándome
un ejemplo de paciencia, amor y humildad, sería mi solaz en la tristeza, mi
confidente en el dolor, mi alimento en la hornada, la gracia para poder
cambiar, mi alegría en el éxito y mi consuelo en la caída.
Él me da un
ejemplo de obediencia al dársenos en forma de pan después de la orden de sus
sacerdotes. Se queda en el tabernáculo día a día, mes a mes, año a año, solo
para que pueda acudir a Él con mis alegrías y penas. Se humilla a sí mismo y se
convierte en comida de modo que su propio Cuerpo y Sangre puedan atravesar mis
venas haciéndome capaz de crecer en su semejanza y agradar al Padre.
Me asegura
que sin Él nada puedo hacer, y que es su Presencia en mí la que me da vida
eterna. Es como estar en el cielo mientras caminamos hacia el Cielo.
La Santa
Comunión me permite hacerme partícipe de sus virtudes, y así cuando la ocasión
para mostrarme virtuosa se presenta, poseo en mi propia alma las invisibles
cualidades que necesito para dar fruto. Mi prójimo debe ser testigo de los
frutos de cada comunión por sus efectos en mi vida diaria.
Debo
recordar que a través de la recepción frecuente de este Sacramento, el amor y
la gracia crecen en mi alma, a través de las frecuentes visitas a Jesús en el
tabernáculo, el espíritu de oración trae paz a mi alma y que a través del poder
de la Eucaristía en mi Iglesia y en mi alma, el mundo entero es bendecido, el
Enemigo es derrotado y toda la humanidad es beneficiada.
LA CONFIRMACIÓN: EL SACRAMENTO DE LA MISIÓN
Cuando el
Padre me llamó de la nada, me dio la vida, cuando fui bautizado, me dio la
filiación, pero en la Confirmación me da una misión, una finalidad, una tarea
que cumplir. Este fue el día en que se me dieron los talentos, talentos que
debo usar, intercambiar e incrementar.
El Bautismo
me dio diez talentos: la fe, la esperanza, la caridad, el temor de dios, la
piedad, la fortaleza, el consejo, el conocimiento, la ciencia y la sabiduría. A
través de los años, el Bautismo me ha dado una nueva dignidad, la Confesión ha
restaurado mi amistad con Dios y con mis hermanos, y la Comunión ha nutrido mi
alma, haciéndola fuerte en el Señor.
Estos tres
sacramentos han ido creciendo constantemente en mi vida, y al alcanzar la
adolescencia espiritual, la Confirmación pone en mi alma el toque final dándome
todo lo que necesito para dar frutos.
Fue este el
día que Dios me dijo: “Vayan y hagan prosperar estos talentos hasta mi venida”.
Estos cuatro sacramentos deben dar tan grande fruto en mi alma que todos los
hombres deben conocer por mi palabra y ejemplo que Jesús es Señor y que su amor
por ellos es tan grande como el amor que el Padre le tiene a Él. (Jn 17, 23)
Estos diez
talentos deben crecer, incrementarse y multiplicarse, y nunca debo olvidar que
deberé rendir cuentas por ellos al Señor de todas las cosas, cuando su
Sabiduría tenga determinado llamarme. ¿Habrá crecido la Fe de modo que puedo
ver a Dios en todos los ámbitos de mi vida? ¿Crece mi esperanza cada vez que la
desesperanza y la tristeza me embargan? ¿Me estoy volviendo más sensible frente
al pecado y sus ocasiones porque ya no quiero ofender a tan amoroso Padre? ¿Es
todo ser humano un hermano para mí? Cuando la tentación me asola y el dolor sigue
y sigue, ¿tengo el coraje de asumirlo y sobreponerme? ¿Soy capaz de discernir
el Plan de Dios para mí cuando el egoísmo o el Enemigo tratan de disuadirme de
elegir el camino correcto?
¿Esta mi
corazón puesto en la realidades invisibles o en las posesiones materiales? ¿Soy
capaz de percibir la voz del Espíritu cuando me inspira en las Escrituras y
habla en mi alma? ¿Me rodea la presencia de Dios y es para mí la fuente de mi
alegría?
La respuesta
a estas preguntas me dirán si estoy creciendo y desplegando correctamente mis
diez talentos. No permita Dios que cuando venga encuentre que los he enterrado
todos.
EL MATRIMONIO: EL SACRAMENTO DE LA UNIÓN
Todo
sacramento es un encuentro con Jesús a través de su Espíritu Santo, cada uno ES
un canal de gracia, un signo visible de una realidad invisible. Debería
entender el sacramento del Matrimonio, no solo como la unión de dos personas en
una, una unión cuyo amor coopera con Dios en la continua creación del hombre,
sino sobretodo como un icono de la Trinidad en la tierra. Cada pareja de
esposos y los hijos que proceden de dicha unión me recuerdan también la unión
de Cristo con su Iglesia, la unión de Jesús con el alma y la unión de los
miembros del Cuerpo Místico con Jesús, su Cabeza.
En nuestra
vida familiar, el hombre representa el Padre Eterno y, como el Padre, debe ser
compasivo, misericordioso, providente, sabio, protector, creativo y bueno. La
mujer, que fue sacada del mismo hombre, como la Escritura nos dice, representa
a Jesús y como Jesús debe ser el nexo reconciliador, gentil, amorosa,
intuitiva, sensible a las necesidades de los demás, humilde y un ejemplo de
paciencia en el sufrimiento. Los hijos representan al Espíritu, porque como el
Espíritu proceden del Padre y del Hijo, y así los hijos proceden del padre y de
la madre.
Ellos, como
el Espíritu, son un poder que genera amor, alegría y paz. Deben ser obedientes,
reflexivos, considerados, colaboradores y trabajar siempre por la unidad entre
todos.
Esta imagen
terrenal de la Trinidad que llamamos vida familiar no es un ideal irreal, sino
la obligación de cada familia cristiana. Las ciudades y las naciones son
fuertes si las familias que viven en ellas lo son, y las familias cristianas
son un mensaje de Dios para el mundo. El mensaje de paz y de amor no es
transmitido por individuos amables, sino por miembros de familias cuyo amor por
Dios les ha enseñado como personas de distintos temperamentos pueden vivir
juntas en paz.
A la par que
cada miembro se esfuerza por afincarse cada vez más en el lugar que ocupa en su
familia, todo el Cuerpo de Cristo se hace más fuerte, la misión testimonial de
la Iglesia se vuelve más poderosa y la humanidad es guiada por el camino
correcto.
El hogar que
tiene al Padre como su Señor, a Jesús como su modelo y al Espíritu como su
guía, posee el amor y ese es el amor que va a cambiar el mundo.
LAS SANTAS ÓRDENES: EL SACRAMENTO DEL SACERDOCIO
Aunque la
confirmación me ha hecho miembro de una familia sacerdotal en la que ofrezco al
mismo Jesús al Padre en cada misa, debería mirar al Sacramento del Orden como
algo dado a algunos hijos predilectos de Dios, los sacerdotes ordenados. ¿Cómo
afecta mi vida cotidiana este Don personal de Dios?
No es
necesario detenerse mucho tiempo a pensar para comprender que sin este
sacramento mi vida estaría en la oscuridad. Son las manos consagradas del
sacerdote las que traen a Jesús del Cielo, sus palabras y su poder hacen de un
pan y vino ordinarios el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Cuando caigo en pecado,
sus manos son alzadas en la absolución y la misericordia de Dios me cubre como
un manto. Derrama agua sobre mi cabeza y me hace hijo de Dios, unge mi frente
con el crisma y me consigue al Espíritu para que me infunda sus Dones.
Unge mi
cuerpo enfermo con aceite y obtiene el poder curativo de Jesús, discierne por
mí en asuntos de Fe y Moral y me enseña el camino de Dios. Hace de mis padres
una sola carne y mientras maduran en edad, los consuela en sus penas y los
prepara para el regresa a Casa.
La pregunta
no es entonces ¿cómo el sacerdote afecta mi vida, sino como afecto yo la suya?
¿Le soy leal incluso cuando se muestra imperfecto? ¿Lo perdono por sus ofensas
así como también él perdona las mías? ¿Le extiendo la mano cuando cae así
extiende el la suya hacia mí?
¿Soy crítico
por la paja que veo en su ojo, cuando semana tras semana le confieso la viga
que cargo en el mío? ¿Lo defiendo frente a sus enemigos y voy más allá de sus
defectos? ¿Estoy dispuesto a sacrificar mi tiempo por él, así como él sacrifica
el suyo por mí? ¿Alguna vez le he dado las gracias por su duro trabajo o
felicitado por alguna empresa bien hecha? ¿Rezo por él a diario y le pido a
Dios que lo haga más santo?
Quizás si lo
tratara con amoroso respeto, gentil comprensión, con agradecido tributo y
fraterna consideración, su vida sería menos solitaria, su apostolado más
fructífero y su vida espiritual más silente. Debemos ayudarnos unos a otros en
el seguimiento de la misión que Dios nos ha dado a cada uno.
LA UNCIÓN: EL SACRAMENTO DE LA CURACIÓN
Dios busca
mi alma a lo largo de mi vida. Cuando me enfermo Su sacerdote ruega por mi
curación y coloca un ungüento sobre mi frente que constituye un signo de la
protección y el cuidado de Dios. Él sabía que mi alma estaría en paz al tener
un signo visible de su amor personal, su amor providencial determinó para mí el
sanarme interiormente y el renovar mi fortaleza aún cuando mi enfermedad
continuara.
Jesús sufrió
todas las pruebas, dolor, decepciones y preocupaciones diarias que son también
mi porción. Él entendió por experiencia propia que la muerte y todos sus
sufrimientos colaterales me llenarían de temor hacia lo desconocido.
Para alejar
de mí estos temores me habló del Cielo y del lugar específico que tendría
preparado para mí. Para consolarme me envió a su sacerdote para ungir mi cuerpo
de modo que pueda tener la fuerza para el camino y para absolverme de mi pecado
de modo que mis vestimentas puedan ser blancas y puras. Viene Él mismo en la
Santa Comunión para poder ser mi compañero en el viaje de esta vida a la
siguiente, me promete que sus ángeles estarán conmigo y que su propia Madre
intercederá por mí.
Este
sacramento es tan poderoso que si el novio me dice “ven” y yo ya he puesto todo
en sus manos y he aceptado la muerte como su santa voluntad con perfecta paz,
Él y yo iremos juntos para encontrarnos con el Padre cara a cara. Este
Sacramento habrá colocado la última joya en mi corona, la última perla en mis
vestidos, el último anillo en mi dedo, será el último acto de amor que hará de
la vida eterna más gloriosa y mi visión de Dios más resplandeciente.
Hasta en el
último momento Él sabe sacar el bien de todas las cosas por mi bien. Su juicio
será misericordioso, su Amor será para siempre mío, y su alegría colmará
continuamente mi alma hasta rebosar. Su conocimiento iluminará mi mente, la Luz
Eterna envolverá esta pequeña chispa y al fin estaremos juntos como una sola
Luz para siempre.
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