domingo, 11 de diciembre de 2016

MI VIDA EN LOS SACRAMENTOS


EL BAUTISMO: SACRAMENTO DE LA FILIACIÓN

¡Dios es mi Padre! ¿Cómo podré comprender tan grande privilegio? Era la criatura de un Dios Todopoderoso y de pronto el sacramento del Bautismo me elevó a una dignidad que simplemente no puedo imaginar.

Antes de la Creación, Dios me había elegido para ser, y luego me eligió de nuevo para ser su propio hijo. Su amor me atrajo hacia Él mismo al adoptarme como su hijo, y para que esta filiación fuera real y no imaginaria hizo de mi alma su propia morada. Dios Padre, Hijo y Espíritu vive en mí. ¿Por qué este hecho no domina mi mente y mueve mi corazón a amarlo más? Quizás la dificultad reside en la grandeza de esta verdad. ¿Es acaso este misterio demasiado grande para poder ser entendido por mi pequeña mente? Temo admitir que son las obligaciones que se desprenden de dicha realidad las que me llevan a poner a un lado esta verdad detrás de cosas mundanas, enterrada lejos de la vista.

Siempre me encuentro en Su Presencia. Debería ofrecer a Jesús a cada persona que veo siendo un Hijo de palabra y de acción. Mi actitud hacia el prójimo debiera ser de amor, humildad y bondad. Las virtudes de Dios, mi Padre, deberían brillar en mí de modo que todos los hombres vean a en mí a Jesús. Por el Bautismo, cada una de sus virtudes se hacen mía por lo que debo velar para que ninguna prueba genere en mí ansiedad, ninguna privación me tenga preocupado, ningún dolor me haga desesperar y ninguna necesidad me vuelva egoísta porque soy un hijo de Dios, el mismo Dios cuya providencia cuida del campo que da alimento y las aves que bajan del cielo, el mismo Dios que me eligió entre millones de seres humanos para conocerlo y amarlo, el mismo Dios que me observa y me cuida como si fuera la única criatura de sus manos. Hoy día voy a pensar en mí condición de hijo, en su amor por mí, y en como debo irradiar ese amor a mis hermanos.

LA CONFESIÓN: SACRAMENTO DE LA RECONCILIACIÓN

El pecado es un arma que hiere a Dios, a mi hermano y a mí mismo. No puedo permitirme pensar que no puedo herir a Dios, no puedo opacar la realidad de que cualquier cosa que le haga a mi prójimo se la hago a Él. Su Voluntad ha ordenado que haga lo que haga, bueno o malo, él sea el receptáculo. “¿Por qué me persigues?” le pregunta a Pablo, “estaba hambriento y me diste de comer” les dice a sus apóstoles.

Al ser su Templo, cuando pecamos profanamos este templo al optar por nosotros mismos y no por Dios, por un momento el templo se vuelve totalmente mío y Dios es conminado a salir. Me prefiero a mí mismo que a Dios, prefiero mi propio bien que el bien de mis hermanos.

En la Parábola del Hijo Pródigo, Jesús nos ofrece un ejemplo del triple efecto del pecado. El hijo descarriado ofende a su padre con su desobediencia, ofende a la sociedad con su mal ejemplo y se ofende a sí mismo cometiendo la indignidad de alimentarse de la comida de los cerdos.

Su humilde arrepentimiento lo mueve a volver donde su Padre en primer lugar y a buscar su perdón, para luego empezar a reparar el daño que le había hecho a la sociedad. Su humilde arrepentimiento les muestra a los demás la bondad de la misericordia. El perdón de su padre le devuelve la dignidad de hijo, su conversión del mal le da a la sociedad el buen ejemplo que tanto necesitaba. El hijo pródigo sabía de la bondad de su Padre incluso en medio del exilio, pero su naturaleza humana necesitaba oír las palabras de misericordia con sus propios oídos, necesitaba una confirmación humana.

Yo también la necesito. El Padre me ha brindado la oportunidad de escuchar estas palabras de amor misericordioso y de sentirme liberado de la carga del pecado de mi alma. Jesús se presenta a sí mismo en la persona del sacerdote para absolverme de mis pecados, sanar mis debilidades y restaurar mi amistad con el Padre. Reconciliado con Dios, estoy listo para amar a mi prójimo con un amor más profundo y sin intenciones egoístas.

Las actitudes y las intenciones que tan frecuentemente me mueven a optar por mí mismo en vez de Dios son dejadas atrás y me hago más apto para cambiar mi vida. Cuando descubro las áreas de mi alma más necesitadas, puedo dirigir mi voluntad para cambiar de modo que la imagen de Jesús en mí pueda hacerse más y más radiante.

Te doy gracias, Señor, por este sacramento que restaura mi amistad contigo, purifica mis actitudes, reencamina mis pasos, sana mis debilidades y me reconcilia con mis hermanos.


LA EUCARISTÍA: EL SACRAMENTO DEL CRECIMIENTO

¡Esta fuera del alcance de mi comprensión entender a Dios haciéndose hombre! No puedo entender tal amor por mí. Estoy acostumbrada a limitar el amor y encuentro mi alma en falta ante la mirada del Amor Infinito. ¿Por qué me encuentro en tal dilema? Por lo menos Él tuvo una naturaleza humana, era Dios y hombre, alguien que comió, bebió, durmió, trabajó, habló y sufrió.

Pareciera que su Amor alcanzó sus límites al bajar tan hondo, pero no, su Amor se las ingenio para hallar una forma por la cual pudo venir a la tierra, redimir a la humanidad, regresar triunfante al Padre y además quedarse conmigo mientras peregrino en la tierra.

Habría de bajar a mayores profundidades de humildad y obediencia. Continuaría brindándome un ejemplo de paciencia, amor y humildad, sería mi solaz en la tristeza, mi confidente en el dolor, mi alimento en la hornada, la gracia para poder cambiar, mi alegría en el éxito y mi consuelo en la caída.

Él me da un ejemplo de obediencia al dársenos en forma de pan después de la orden de sus sacerdotes. Se queda en el tabernáculo día a día, mes a mes, año a año, solo para que pueda acudir a Él con mis alegrías y penas. Se humilla a sí mismo y se convierte en comida de modo que su propio Cuerpo y Sangre puedan atravesar mis venas haciéndome capaz de crecer en su semejanza y agradar al Padre.

Me asegura que sin Él nada puedo hacer, y que es su Presencia en mí la que me da vida eterna. Es como estar en el cielo mientras caminamos hacia el Cielo.

La Santa Comunión me permite hacerme partícipe de sus virtudes, y así cuando la ocasión para mostrarme virtuosa se presenta, poseo en mi propia alma las invisibles cualidades que necesito para dar fruto. Mi prójimo debe ser testigo de los frutos de cada comunión por sus efectos en mi vida diaria.

Debo recordar que a través de la recepción frecuente de este Sacramento, el amor y la gracia crecen en mi alma, a través de las frecuentes visitas a Jesús en el tabernáculo, el espíritu de oración trae paz a mi alma y que a través del poder de la Eucaristía en mi Iglesia y en mi alma, el mundo entero es bendecido, el Enemigo es derrotado y toda la humanidad es beneficiada.


LA CONFIRMACIÓN: EL SACRAMENTO DE LA MISIÓN

Cuando el Padre me llamó de la nada, me dio la vida, cuando fui bautizado, me dio la filiación, pero en la Confirmación me da una misión, una finalidad, una tarea que cumplir. Este fue el día en que se me dieron los talentos, talentos que debo usar, intercambiar e incrementar.

El Bautismo me dio diez talentos: la fe, la esperanza, la caridad, el temor de dios, la piedad, la fortaleza, el consejo, el conocimiento, la ciencia y la sabiduría. A través de los años, el Bautismo me ha dado una nueva dignidad, la Confesión ha restaurado mi amistad con Dios y con mis hermanos, y la Comunión ha nutrido mi alma, haciéndola fuerte en el Señor.

Estos tres sacramentos han ido creciendo constantemente en mi vida, y al alcanzar la adolescencia espiritual, la Confirmación pone en mi alma el toque final dándome todo lo que necesito para dar frutos.

Fue este el día que Dios me dijo: “Vayan y hagan prosperar estos talentos hasta mi venida”. Estos cuatro sacramentos deben dar tan grande fruto en mi alma que todos los hombres deben conocer por mi palabra y ejemplo que Jesús es Señor y que su amor por ellos es tan grande como el amor que el Padre le tiene a Él. (Jn 17, 23)

Estos diez talentos deben crecer, incrementarse y multiplicarse, y nunca debo olvidar que deberé rendir cuentas por ellos al Señor de todas las cosas, cuando su Sabiduría tenga determinado llamarme. ¿Habrá crecido la Fe de modo que puedo ver a Dios en todos los ámbitos de mi vida? ¿Crece mi esperanza cada vez que la desesperanza y la tristeza me embargan? ¿Me estoy volviendo más sensible frente al pecado y sus ocasiones porque ya no quiero ofender a tan amoroso Padre? ¿Es todo ser humano un hermano para mí? Cuando la tentación me asola y el dolor sigue y sigue, ¿tengo el coraje de asumirlo y sobreponerme? ¿Soy capaz de discernir el Plan de Dios para mí cuando el egoísmo o el Enemigo tratan de disuadirme de elegir el camino correcto?

¿Esta mi corazón puesto en la realidades invisibles o en las posesiones materiales? ¿Soy capaz de percibir la voz del Espíritu cuando me inspira en las Escrituras y habla en mi alma? ¿Me rodea la presencia de Dios y es para mí la fuente de mi alegría?

La respuesta a estas preguntas me dirán si estoy creciendo y desplegando correctamente mis diez talentos. No permita Dios que cuando venga encuentre que los he enterrado todos.


EL MATRIMONIO: EL SACRAMENTO DE LA UNIÓN

Todo sacramento es un encuentro con Jesús a través de su Espíritu Santo, cada uno ES un canal de gracia, un signo visible de una realidad invisible. Debería entender el sacramento del Matrimonio, no solo como la unión de dos personas en una, una unión cuyo amor coopera con Dios en la continua creación del hombre, sino sobretodo como un icono de la Trinidad en la tierra. Cada pareja de esposos y los hijos que proceden de dicha unión me recuerdan también la unión de Cristo con su Iglesia, la unión de Jesús con el alma y la unión de los miembros del Cuerpo Místico con Jesús, su Cabeza.

En nuestra vida familiar, el hombre representa el Padre Eterno y, como el Padre, debe ser compasivo, misericordioso, providente, sabio, protector, creativo y bueno. La mujer, que fue sacada del mismo hombre, como la Escritura nos dice, representa a Jesús y como Jesús debe ser el nexo reconciliador, gentil, amorosa, intuitiva, sensible a las necesidades de los demás, humilde y un ejemplo de paciencia en el sufrimiento. Los hijos representan al Espíritu, porque como el Espíritu proceden del Padre y del Hijo, y así los hijos proceden del padre y de la madre.

Ellos, como el Espíritu, son un poder que genera amor, alegría y paz. Deben ser obedientes, reflexivos, considerados, colaboradores y trabajar siempre por la unidad entre todos.

Esta imagen terrenal de la Trinidad que llamamos vida familiar no es un ideal irreal, sino la obligación de cada familia cristiana. Las ciudades y las naciones son fuertes si las familias que viven en ellas lo son, y las familias cristianas son un mensaje de Dios para el mundo. El mensaje de paz y de amor no es transmitido por individuos amables, sino por miembros de familias cuyo amor por Dios les ha enseñado como personas de distintos temperamentos pueden vivir juntas en paz.

A la par que cada miembro se esfuerza por afincarse cada vez más en el lugar que ocupa en su familia, todo el Cuerpo de Cristo se hace más fuerte, la misión testimonial de la Iglesia se vuelve más poderosa y la humanidad es guiada por el camino correcto.

El hogar que tiene al Padre como su Señor, a Jesús como su modelo y al Espíritu como su guía, posee el amor y ese es el amor que va a cambiar el mundo.


LAS SANTAS ÓRDENES: EL SACRAMENTO DEL SACERDOCIO

Aunque la confirmación me ha hecho miembro de una familia sacerdotal en la que ofrezco al mismo Jesús al Padre en cada misa, debería mirar al Sacramento del Orden como algo dado a algunos hijos predilectos de Dios, los sacerdotes ordenados. ¿Cómo afecta mi vida cotidiana este Don personal de Dios?

No es necesario detenerse mucho tiempo a pensar para comprender que sin este sacramento mi vida estaría en la oscuridad. Son las manos consagradas del sacerdote las que traen a Jesús del Cielo, sus palabras y su poder hacen de un pan y vino ordinarios el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Cuando caigo en pecado, sus manos son alzadas en la absolución y la misericordia de Dios me cubre como un manto. Derrama agua sobre mi cabeza y me hace hijo de Dios, unge mi frente con el crisma y me consigue al Espíritu para que me infunda sus Dones.

Unge mi cuerpo enfermo con aceite y obtiene el poder curativo de Jesús, discierne por mí en asuntos de Fe y Moral y me enseña el camino de Dios. Hace de mis padres una sola carne y mientras maduran en edad, los consuela en sus penas y los prepara para el regresa a Casa.

La pregunta no es entonces ¿cómo el sacerdote afecta mi vida, sino como afecto yo la suya? ¿Le soy leal incluso cuando se muestra imperfecto? ¿Lo perdono por sus ofensas así como también él perdona las mías? ¿Le extiendo la mano cuando cae así extiende el la suya hacia mí?

¿Soy crítico por la paja que veo en su ojo, cuando semana tras semana le confieso la viga que cargo en el mío? ¿Lo defiendo frente a sus enemigos y voy más allá de sus defectos? ¿Estoy dispuesto a sacrificar mi tiempo por él, así como él sacrifica el suyo por mí? ¿Alguna vez le he dado las gracias por su duro trabajo o felicitado por alguna empresa bien hecha? ¿Rezo por él a diario y le pido a Dios que lo haga más santo?

Quizás si lo tratara con amoroso respeto, gentil comprensión, con agradecido tributo y fraterna consideración, su vida sería menos solitaria, su apostolado más fructífero y su vida espiritual más silente. Debemos ayudarnos unos a otros en el seguimiento de la misión que Dios nos ha dado a cada uno.


LA UNCIÓN: EL SACRAMENTO DE LA CURACIÓN

Dios busca mi alma a lo largo de mi vida. Cuando me enfermo Su sacerdote ruega por mi curación y coloca un ungüento sobre mi frente que constituye un signo de la protección y el cuidado de Dios. Él sabía que mi alma estaría en paz al tener un signo visible de su amor personal, su amor providencial determinó para mí el sanarme interiormente y el renovar mi fortaleza aún cuando mi enfermedad continuara.

Jesús sufrió todas las pruebas, dolor, decepciones y preocupaciones diarias que son también mi porción. Él entendió por experiencia propia que la muerte y todos sus sufrimientos colaterales me llenarían de temor hacia lo desconocido.

Para alejar de mí estos temores me habló del Cielo y del lugar específico que tendría preparado para mí. Para consolarme me envió a su sacerdote para ungir mi cuerpo de modo que pueda tener la fuerza para el camino y para absolverme de mi pecado de modo que mis vestimentas puedan ser blancas y puras. Viene Él mismo en la Santa Comunión para poder ser mi compañero en el viaje de esta vida a la siguiente, me promete que sus ángeles estarán conmigo y que su propia Madre intercederá por mí.

Este sacramento es tan poderoso que si el novio me dice “ven” y yo ya he puesto todo en sus manos y he aceptado la muerte como su santa voluntad con perfecta paz, Él y yo iremos juntos para encontrarnos con el Padre cara a cara. Este Sacramento habrá colocado la última joya en mi corona, la última perla en mis vestidos, el último anillo en mi dedo, será el último acto de amor que hará de la vida eterna más gloriosa y mi visión de Dios más resplandeciente.


Hasta en el último momento Él sabe sacar el bien de todas las cosas por mi bien. Su juicio será misericordioso, su Amor será para siempre mío, y su alegría colmará continuamente mi alma hasta rebosar. Su conocimiento iluminará mi mente, la Luz Eterna envolverá esta pequeña chispa y al fin estaremos juntos como una sola Luz para siempre.

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