viernes, 30 de septiembre de 2016

ORACIÓN A SANTA TERESA DEL NIÑO JESÚS

¡Santa Teresita! Vengo a tus plantas lleno de confianza a pedirte favores. La Cruz de la vida me pesa mucho y no encuentro más que espinas entre sus brazos. ¡Florecitas de Jesús! Envía sobre mi alma una lluvia de flores de gracia y de virtud, para que pueda subir el Calvario de la vida embriagado en sus perfumes. Mándame una sonrisa de tus labios de cielo y una mirada de tus hermosos ojos... Que valen más tus caricias que todas las alegrías que el mundo encierra. ¡Dios mío! Por intercesión de Santa Teresita dáme fuerza para cumplir con mi deber y concédeme la gracia que en esta oración te pido.


Amén

jueves, 29 de septiembre de 2016

ORACIÓN DE CONSAGRACIÓN A MARÍA AUXILIADORA


¡Oh Santísima e Inmaculada Virgen María, tiernísima Madre nuestra y poderoso Auxilio de los Cristianos! Nosotros nos consagramos enteramente a tu dulce amor y a tu santo servicio. Te consagramos la mente con sus pensamientos, el corazón con sus afectos, el cuerpo con sus sentidos y con todas sus fuerzas, y prometemos obrar siempre para la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas.

Tú, pues, ¡oh Virgen incomparable! que fuiste siempre Auxilio del Pueblo Cristiano, continúa, por piedad, siéndolo especialmente en estos días. Humilla a los enemigos de nuestra religión y frustra sus perversas intenciones. Ilumina y fortifica a los obispos y sacerdotes y tenlos siempre unidos y obedientes al Papa, maestro infalible; preserva de la irreligión y del vicio a la incauta juventud; promueve las vocaciones y aumenta el número de los ministros, a fin de que, por medio de ellos, el reino de Jesucristo se conserve entre nosotros y se extienda hasta los últimos confines de la tierra.

Te suplicamos ¡oh dulcísima Madre! que no apartes nunca tu piadosa mirada de la incauta juventud expuesta a tantos peligros, de los pobres pecadores y moribundos y de las almas del Purgatorio: sé para todos ¡oh María! dulce Esperanza, Madre de Misericordia y Puerta del Cielo.


Te suplicamos, gran Madre de Dios, que nos enseñes a imitar tus virtudes, particularmente la angelical modestia, la humildad profunda y la ardiente caridad, a fin de que, por cuanto es posible, con tu presencia, con nuestras palabras y con nuestro ejemplo, representemos, en medio del mundo, a tu Hijo, Jesús, logremos que te conozcan y amen y podamos, llegar a salvar muchas almas.


Haz, ¡oh María Auxiliadora! que todos permanezcamos reunidos bajo tu maternal manto; haz que en las tentaciones te invoquemos con toda confianza; y en fin, el pensamiento de que eres tan buena, tan amable y tan amada, el recuerdo del amor que tienes a tus devotos, nos aliente de tal modo, que salgamos victoriosos contra el enemigo de nuestra alma, en la vida y en la muerte, para que podamos formarte una corona en el Paraíso. Así sea

miércoles, 28 de septiembre de 2016

ORACIÓN PARA HOMOSEXUALES PERSEGUIDOS

Dios y Padre Nuestro, tu sabes del dolor que aquellos hermanos perseguidos, odiados, torturados...

Como a tus hijos israelitas, tu que eres un Dios de Liberación, líbrales de las cadenas del odio y de la maldad, ayúdales a escapar de sus perseguidores, abre las aguas para que escapen de la opresión y dales el maná de tu consuelo y protección.

Guiales para superar el desierto de su sufrimiento y dales del agua para que sacien su sed de justicia, y llévalos a la Tierra Prometida, donde la miel y la leche de la libertad mane para todos los días de su vida.


Y tú seas para ellos su Dios, y ellos sean par ti tu Pueblo.

martes, 27 de septiembre de 2016

ORACIÓN PARA UN HOMOSEXUAL CRISTIANO

Señor mi dios, mira mis días y llénalos de fe. Mira mis noches y llénalas de paz. Mira mi corazón y llénalo de Jesús. Mira mis penas y llénalas de tu fuerza. Mira mis alegrías y llénalas de de poder para transmitirlas. Mira mi vida, mira mi homosexualidad y llénalas de amor, para que me sienta permanentemente unido a tí.

lunes, 26 de septiembre de 2016

CARTA A UN JOVEN CATÓLICO GAY

Carísimo:

¡Qué privilegio es tener la oportunidad de escribir una carta cuyo destinatario eres tú! Y lo es hasta el punto de que me gustaría saborear durante un instante la palabra “tú” y pedirte que consideres la novedad que entraña, lo abierta que es como forma de dirigirse a otro.

¿Con cuánta frecuencia se han dirigido a ti con la palabra “tú” en una publicación católica? No me refiero a la palabra “tú” en sentido débil, reducida a un verbo en segunda persona singular, como cuando en un anuncio se pregunta “¿Has considerado la posibilidad de seguir una vocación al sacerdocio o a la vida religiosa?”. Porque, en realidad, esos anuncios no quieren decir “tú”. Lo que en realidad quieren decir es “alguien que es como tú en todos los aspectos, pero que casualmente resulta que no es gay, o al menos sabe disimularlo muy bien”. Normalmente, cuando se plantea una discusión acerca de cuestiones gay en publicaciones católicas, el estilo rápidamente se vuelve poco espontáneo y aparece un misterioso “ellos”. Este “ellos” parece vivir en un planeta distinto de aquel en el que tú vives. Quienquiera que hable de “ellos” está, de hecho, en otro planeta, en un planeta donde una extraña falta de oxígeno hace imposible el uso de los pronombres “yo”, “tú”, “vosotros”, “nosotros”. Cuando alguien sí empieza a utilizar dichos pronombres, te das cuenta rápidamente de que lo único que le da la libertad para hacerlo es ser heterosexual y lo bastante sincero como para decir que en realidad no entiende de qué va todo este asunto.

Tal vez hayas intentado hablar informalmente con un sacerdote sobre lo que supone ser católico y gay, o incluso con un obispo, que, según tu olfato para detectar si alguien es gay, podría ser “familia”, y habrás notado cómo, pese a sus buenos deseos de ser amigables, ha aparecido en su voz un freno escondido. Una especie de orden interna de refrenarse entraña que, cuando dicen “tú”, puedes captar que el “yo” que está hablando ha pasado a modo de ocultamiento, ha pasado a ser oficial de algún modo, y el “tú” al que habla no está siendo llamado a ser, sino designado de algún modo con la etiqueta “Manéjese con extrema precaución”. Hay un “pero” flotando en el fondo de esa voz y que habla tan fuerte como cualquiera de las cosas que dicen, porque dicho “pero” dice “tú, pero no tal como eres”.

Y aquí estamos, leyendo una publicación católica, parte de esa enorme y fantástica red de comunicación mundial que es uno de los gozos de ser católico; y de algún modo se está permitiendo que suceda algo nuevo. Pues a ti, un católico que da la casualidad que eres gay (signifique esto lo que signifique), se te está dirigiendo como “tú” un católico que es capaz de decir “Yo soy un católico que da la casualidad que es gay, signifique esto lo que signifique”. Yo estoy recibiendo la autorización para hablarte a ti, que eres consciente de tener los comienzos de una biografía en la cual ser gay desempeña un papel. Y se me está ofreciendo la oportunidad de hablarte, no en razón de un cargo oficial, sino como un hermano, un hermano con cierta biografía que incluye ser un hombre abiertamente gay. Se me está dando la oportunidad de dirigirme a ti desde el mismo nivel en que tú estás, como uno que no sabe mejor que tú quién eres, y que ni siquiera sabe demasiado quién soy yo. Sin embargo, se ha producido algo novedoso. Se ha hecho posible que, en una publicación católica perfectamente normal que representa a la corriente mayoritaria, la palabra “tú” se pronuncie de manera abierta, de una manera que resonará creativamente (así lo espero) en tu ser, y que la pronuncie un “yo” cuyo tono se ha visto modulado y estirado por el hecho de vivir como hombre abiertamente gay dentro de la Iglesia católica.

Como todos los cobardes, cuando me vi enfrentado al privilegio de tomar parte en esta comunicación, mi primera reacción fue salir corriendo. Pues un privilegio es una responsabilidad. Y en este privilegio hay algo particularmente imponente, pues sólo hay Uno que puede dirigirse a ti como “tú” llamando a tu “yo” a ser sin reemplazarte ni avasallarte. Y ese Uno es nuestro Señor en persona. Y él obtuvo esa capacidad pasando por la muerte para ser capaz de hablarnos a ti y a mí haciéndonos ser, y de darnos a ambos un “yo” no regido ya por la muerte ni su temor. No hay nada facilón en ser capaz de hablar a otro como “tú” de una manera que llame a ser.

Cuando las autoridades doctrinales de nuestra Iglesia se acuerdan de sí mismos –lo cual suele suceder cuando están a la defensiva– señalan que lo que ellos llama el “magisterio” no puede sustituir nunca a la conciencia, sino que únicamente puede ser una voz junto a la tuya propia, al mismo nivel que la tuya propia, tan sujeta al aliento de nuestro Señor como la tuya propia. Una voz que te espolea, que te aconseja, que te ayuda a formar tu conciencia, y nunca una voz que ahogue tu voz para que aceptes la suya en lugar de pasar por la dura labor de permitirte a ti mismo recibir la tuya propia. En esto tienen mucha razón. Y yo no tengo derecho a ser en absoluto menos cuidadoso que el magisterio a la hora de hablarte.

¿Sabes?, la diferencia entre mi tentativa de dirigirme a ti como “tú” y la del sacerdote o el obispo con el “freno”, con el “pero” fruncido en el fondo de su voz, no es que él sea un hipócrita y yo no, que él se sienta sometido a presiones sociales y yo no. No, yo soy igual de hipócrita que él, y estoy igual de sometido a presiones sociales. También hay un “pero” en el fondo de mi voz, aunque no tiene que ver contigo. Sin embargo, sería poco sincero si fingiera que amar a la Iglesia como hombre gay no ha dejado algún desgaste en el fondo de mi voz. Las realidades que hacen que el sacerdote o el obispo te hablen de manera tensa y poco natural son las mismas realidades que me fuerzan a pensar larga e intensamente acerca del modo en que voy a hablarte. Y tengo miedo de pensar lo deficiente que me encontrarías si pudieras hablar conmigo cara a cara en lugar de encontrarte conmigo a través de esta máscara que estoy tejiendo con palabras, palabras que puedo corregir, revisar y cambiar antes de que lleguen a ti.

Si existe una diferencia entre el tono de voz con el que te estoy hablando yo y el que estás acostumbrado a oír, es en gran medida accidental, o providencial, dependiendo de cómo lo interpretes. Por- que sí: tú tendrás que interpretarlo, tú tendrás que decidir si yo, que me dirijo a ti como “tú”, puedo hacer tal cosa sólo debido a alguna metedura de pata, a alguna rendija dentro del sistema, o si hay algo del Pastor en esta voz desprovista de autoridad que te habla, algo del Pastor cuya voz conoces, y de la cual no tienes miedo. No puedo pretender en absoluto ser en mi persona un canal de dicha voz. Ninguno de nosotros puede pretenderlo. Podemos abrigar la esperanza de ser utilizados, o ir preparándonos para ser utilizados. Sin embargo, sólo aquellos a los que se dirige cada uno de nosotros puede percibir quién es, qué mezcla de voces es, la que llega cantando a través de nuestras ondas.

Si existe una diferencia, permíteme confesar que se debe a un acto de terquedad, de rebeldía, por mi parte. A una negativa a creer algo. Ése es el “pero” que está en el fondo de mi voz. “... Pero no cabe pensar que el Dios que nos es revelado en Jesús pueda tratar a esa pequeña porción de la humanidad que es gay y lesbiana mandándole mensajes contradictorios, de la manera que la Iglesia ha acabado por hacer. De ninguna manera podría decir: ‘Te amo, pero sólo si te conviertes en otra cosa’, o ‘Ama a tu prójimo, pero, en tu caso, no como a ti mismo, sino como si fueras otra persona’; o ‘Tu amor es demasiado peligroso y destructivo, busca otra cosa a la que dedicarte’”. Y para un católico, un acto de terquedad o rebeldía no parece un punto de partida muy bueno. Suena satánico. A menos, naturalmente, que esta negativa a creer algo esté potenciada por una sensación tan intensa de la bondad de alguien que, si llegaras a creerle capaz de actuar de la manera que se le imputa, le estarías ofendiendo gravemente.

Puedes imaginar, igual que yo, a una esposa que se niega a creer en la culpabilidad que un tribunal debidamente nombrado, y un jurado formado por sus iguales, le imputan a su marido en relación con un fraude financiero. Todas las pruebas parecen apuntar en la misma dirección, pero, pese a ello, la esposa se niega con terquedad y rebeldía a creer que su marido pueda haber hecho tal cosa, aun cuando él mismo vacila a veces en su propia defensa, tal vez para eximirla a ella de la presión de tener que apoyarle. En algunas historias, el caso terminará con nuevas pruebas, o con un cambio de circunstancias, que exculparán completamente al marido, y se pondrá de manifiesto que la esposa tenía razón al negarse a permitir que su fe en la bondad de su marido se viera contaminada por la calumnia pública. En otras historias no habrá desenlace feliz, y una generación de circunstantes considerará que la esposa es una figura patética, desconectada de la realidad, tan inmersa en la negación que es incapaz de aceptar que su marido fue un sinvergüenza.

¡Bueno, no quiero darte gato por liebre! Yo soy esa esposa terca y rebelde, y la historia no ha terminado todavía. Ni yo ni tú sabemos si mi negativa a creer que Dios pueda tratar a la gente gay y lesbiana de la manera que los ancianos de la aldea y el tribunal local dicen que la trata es una negativa nacida de la fe en un amor que resultará ser verdadero, o es simplemente un signo de mi ilusoria huida a la irrealidad. Quienes te hablan con un freno en la voz saben perfectamente que es una cosa u otra, y se están tomando en serio tu seguridad, al no desear embarcarte en un viaje tan arriesgado.

No, no quiero darte gato por liebre. Pues invitarte a que te pongas en el lugar de esa esposa rebelde, y por tanto en el lugar de la vulnerabilidad y la incertidumbre, hasta que la historia llegue a su conclusión, no es algo que me resulte fácil. Es un lugar aterrador. Pues no puedo ofrecerte una resolución. No sé si no es un acto de arrogancia por mi parte, que viene a decir: “Es mejor atreverse a pasar por el miedo a que ser gay sea simplemente una mentira, una forma de autoengaño que no lleva a ningún sitio, confiando en que el Espíritu de Dios disipará el temor, dejará patente que el temor es un espejismo, me posibilitará crecer como un niño haciéndole frente al temor; mejor eso que aferrarnos a la opinión de que el temor es por nuestra seguridad, para protegernos de un abismo de falta de sentido, y dejarnos guiar por el prudente ‘no’ de la tradición de la Iglesia”.

Como ves, ya no desprecio el “no” prudente. Solía hacerlo. Solía odiar la cobardía, la doblez y las mentiras. Pero ahora me doy cuenta del coste de salirse de eso, me doy cuenta también de lo cuidadoso que debo ser al dirigirme a ti. Pues, ¿quién de nosotros puede decir si lo que mueve nuestros hilos no será tal vez un deseo enfurruñado de heroísmo, y no el aliento del Señor que dice “Duc in altum!”, “¡Boga mar adentro!” (Lc 5,4)? Hacia allí donde los prudentes piensan que no hay peces que pescar, ni seres humanos dignos de amar con igualdad de corazón, sino sólo un torbellino de deseos confusos e irrecuperables. El coste de salirse del “no” protector, de creer que alguien pueda dirigirse a mí como “tú” sin ese temido “pero”, es encontrarme desnudo ante el Espíritu y más vulnerable que nunca a mi propio autoengaño. Y la única resolución tendrá lugar cuando la pesca empiece a llegar, y eso tal vez no sea durante mi vida, o la tuya.

No, no quiero fingir que ser un católico abiertamente gay sea algo fácil u obvio. No lo es. Para empezar, el mero hecho de que desees leer una carta como ésta es un signo de cuántos obstáculos has tenido que superar ya. Tal vez hayas afrontado el odio y la discriminación en tu propio país, por parte de miembros de tu familia, en el colegio, en manos de legisladores ávidos de votos fáciles, con titulares de periódico chillones que laceran tu alma y ante cuya mirada te quedas sin habla en tu propia defensa. Y probablemente hayas advertido que, en el mejor de los casos, la Iglesia que se llama, y es, tu Santa Madre ha guardado silencio acerca del odio y el miedo. Aunque con demasiada frecuencia sus portavoces se habrán rebajado a la categoría de políticos mediocres, prestando su voz al odio al tiempo que afirman defender el amor. El hecho mismo de que a través de todas estas voces llenas de odio, en medio de ellas y pese a ellas, hayas oído la voz del Pastor que te llama a ser de su rebaño es ya un milagro mucho mayor de lo que imaginas, y te prepara para una obra más sutil y delicada que lo que dichas voces podrían llegar a concebir.

Compartirás en todo el desprecio que el mundo moderno siente por la Iglesia católica por mantenerte firme en la fe que se te ha dado –se considerará que tienes poco que ofrecer que merezca la pena–. Y por ser católico estarás siempre a punto de ser considerado una especie de traidor a cualquier proyecto que tus contemporáneos intenten llevar a cabo. No hay en esto ninguna sorpresa: así son las cosas. Sin embargo, tú tendrás que afrontar algo más, pues también serás considerado una especie de traidor dentro de la Iglesia. “No es uno de nosotros más que a medias.” Y ciertamente no serás alguien que pueda representar públicamente a la Iglesia, ser parte visible del signo que conduce a la salvación. Y, ¿cómo podría ser de otro modo? Pues si ser gay es un defecto de creación, como se afirma, el único signo de gracia vinculado con ser gay sería la eliminación de tal condición de aquello que hace que tú o yo seamos.

No te sorprendas, pues, de que sean considerados leales y dignos de confianza quienes siguen toda pista psicológica falsa que imaginarse pueda con vistas a encontrar respaldo científico para la afirmación de que ser gay es una patología. Serán considerados “un signo de contradicción”, de no sucumbir al espíritu de la época. Tú, en cambio, serás considerado un mal católico, si es que se te llega a considerar católico en absoluto. Pues, mucho después de que los grupos evangélicos que dieron origen a la “terapia reparadora” y al movimiento “ex-gay” hayan dejado atrás estas posiciones, y sus dirigentes se hayan disculpado por descarriar a la gente, tales ideas encontrarán adeptos y partidarios católicos, puesto que halagan la actual doctrina de la Iglesia. Pero no tengas miedo a esas ideas ni odies a quienes las propagan. Son hermanos nuestros. El hecho mismo de que estos hermanos entiendan que, si la doctrina de la Igle- sia es verdad, debe tener alguna base en el ámbito empírico de la naturaleza significa que, en última instancia, lo que nos hará libres será la prueba de lo que es verdad en ese ámbito. Ésta será mayor que lo que tú, yo o ellos podemos imaginar en este preciso momento, y nos liberará a todos.

Pero, ¿qué pasa con el largo “entretanto”? Para ti, llamado por tu nombre, lo mismo que para mí, que estoy aprendiendo a recibir un “yo”, ser católico implica una vocación a algún tipo de ministerio, a una especie de actuación creativa, a una especie de imitación pública de la vida y muerte de nuestro Señor. Así pues, no quiero fingir: te encontrarás desempeñando un ministerio, lo mismo que yo mismo me encuentro desempeñando uno, sin ningún respaldo público por parte de la autoridad eclesiástica. Será como si no existieses. Tendrás que aprender a vivir en el silencio de no ser objeto ni de aprobación ni de desaprobación. Caerás fuera del campo de visión de los hombres y, si te pareces en algo a mí, desesperado por conseguir una mirada aprobatoria, experimentarás esto como una forma de muerte. Pues a cada uno de nosotros se nos da ser quienes somos a través de la mirada de otros, y nosotros respondemos a dicha mirada permitiéndole que nos dé ser quienes hemos de ser, y nos comportamos en consonancia. Así, caer a través del suelo hasta un espacio donde no hay mirada, ni aprobación, ni siquiera desaprobación alguna, es una cosa aterradora y arriesgada.

Pues, naturalmente, tal vez yo haya caído a través del suelo hasta el espacio donde no hay mirada alguna porque me he encerrado en mi propio orgullo y autoengaño. En ese caso, no encontraré nunca una mirada, pero bailaré al ritmo de ese engaño, pensando hasta que llegue la muerte que soy muy santo y especial. Ahora bien, si estoy siendo conducido por el Espíritu de Dios, el lugar donde no hay mirada alguna puede convertirse en el espacio donde soy encontrado en la consideración de Dios. Y esto lo experimentaré como una “nada” [1] que me rodea enteramente, y sólo los demás percibirán, tal vez, que hay un “yo” que está siendo llamado a ser por Uno cuyos ojos no puedo ver, pero que puede verme, cuyo aliento no puedo sentir, pero que me sostiene. Y, por supuesto, los demás no entenderán necesariamente más que yo eso que ven que está naciendo.

¿En qué podrías estar embarcándote? Permíteme ponerte una analogía. No sé si tienes los años suficientes para recordar la guerra fría. Ni tampoco si la guerra fría tuvo repercusión suficiente en la parte del mundo donde vives como para haber causado impresión en ti mientras crecías. Uno de los productos derivados de la guerra fría fue un género literario y cinematográfico de historias de espías, cuentos de intriga y vida clandestina protagonizados (en los casos peores) por buenos contra malos y, en los casos algo más raros, y mejores, por personas moralmente ambiguas a ambos lados de la divisoria OTAN-Bloque del Este.

Intenta imaginarte como un agente de uno u otro bando –desde mi perspectiva es muy fácil imaginarme como un agente occidental profundamente infiltrado en países comunistas–. Ahora imagina que hace mucho tiempo recibiste tus instrucciones de la dirección del organismo que iba a “llevarte”, y se te asignaron “adiestradores” para tu misión. Así, confiado en que ibas a estar respaldado por ellos, te zambulliste en tu trabajo, empezando a construir un círculo, pequeños signos del reino al que sirves, en medio del territorio enemigo. Luego imagina que sucede algo extraño, que se produce una especie de golpe dentro del organismo que te envió, un cambio de directrices, y que todas las personas que te habían “adiestrado”, conocido y preparado son retiradas discretamente. De manera que te encuentras sin línea directa con nadie del organismo en la retaguardia. Eres profundamente clandestino y de repente estás sin cobertura, sin respaldo, sin recursos, sin reconocimiento siquiera. Hasta el punto de que los nuevos agentes enviados por el organismo ni siquiera saben de tu existencia, y probablemente la desaprobarían categóricamente, puesto que, si eres quien dices ser, formas parte de una táctica pasada, y actualmente desacreditada, frente al “territorio enemigo” en el cual hace mucho tiempo que pasaste a la clandestinidad. Por supuesto, hay personas en el organismo que tal vez sepan de ti, pero que ya no pueden permitirse decirlo. Pues el hecho de manifestar que tienen contacto contigo pondría en peligro su propia posición dentro del organismo. Dicho en pocas palabras, te encontrarías con que te habías convertido en un ser inexistente. “No existe en nuestro registro, señora” es la respuesta dada a cualquier indagación llevada a cabo en el cuartel general por alguien lo bastante necio como para afirmar que te ha conocido. La “negabilidad creíble” es el aceite lubricante con el que la agencia funciona.

¿Qué puedes hacer? Tú sigues trabajando fielmente, enamorado del proyecto para el cual fuiste enviado al principio. Pero las comunicaciones se han vuelto gravemente incompletas. Puedes oír en la radio las declaraciones oficiales del organismo. Puedes leer entre líneas el “verdadero” significado de lo que en ellas se dice, pero tú no existes, no tienes línea de comunicación con el cuartel general, no eres nadie. Así las cosas, ¿permitirás que tu ira y resentimiento ante el trato que recibes del organismo te haga dejar de trabajar en el proyecto para el que al principio fuiste llamado y adiestrado? ¿O amas el proyecto de tal manera que estás dispuesto a amar al organismo que ahora te odia, confiando en que, al final, las cosas saldrán bien? Amar al organismo cuando éste te ama es bastante fácil, pero ¿y amarlo aun en el tiempo en que reniega de ti? ¡En ese momento está ahí el dedo de Dios!

Es en este punto donde te instaría, como me insto a mí mismo, a menudo con ánimo desfalleciente, a que veas el privilegio de lo que tenemos. Sí, hay una suspensión de la comunicación con un cuartel general que sólo sabe hablar de un “ellos” y nunca se dirige a un “tú”; sí, o no saben de nuestra existencia, o necesitan la negabilidad creíble para su propio beneficio; pero mientras tanto aquí, en medio de territorio enemigo, podemos seguir edificando, no sólo un pequeño rinconcito de una estructura defensiva, sino la Iglesia católica como tal –toda entera, completa–. Y curiosamente, con menos injerencias por parte de entrometidos que las que se producirían si las líneas de comunicación estuvieran abiertas. Así pues, ¿nos atrevemos a hacer que nuestro amor se extienda edificando sin aprobación, mientras esperamos con ansia el día en que caiga algún muro de Berlín, y la comunicación quede restablecida? ¿Eres capaz de asumir la responsabilidad de eso? ¿Eres capaz de perseverar?

“¡Esto va para largo...!” [2] Éste fue el sabio consejo que me dio uno de mis formadores, uno de mis adiestradores, que además de ser gay es historiador. Él me decía, como yo te estoy diciendo a ti, que el proceso de ajuste a la verdad en este ámbito va a llevar un tiempo muy, muy largo. Y sólo se producirá si gente como tú y yo estamos dispuestos a amar el proyecto sin que nos importe la agitación producida dentro del organismo, si somos generosos en dar tiempo a los adiestradores para reunir la valentía para buscarnos y hablarnos como a colaboradores. Una de las cosas que nos mantendrán en marcha es que podemos seguir volviendo a esos extraños lugares de encuentro de la guerra fría, los buzones de comunicación entre espías, donde muy tranquilamente, a partir de textos antiguos y con pan y vino, nuestro formador original y primer adiestrador, Aquel que primero dio vida al proyecto para nosotros, infundirá en nosotros valentía, fuerza y perseverancia, mientras el actual sistema realiza maniobras de distracción, creando un ruido lleno de sinsentidos, pero sin conseguir a la postre acabar con el antiguo código.

¿Quién sabe, amigo mío, si esta oportunidad de comunicarnos se repetirá? ¿Quién sabe si esto no es más que una irregularidad momentánea en el éter, si los bloqueadores de las ondas de radio católicas conseguirán impedir otro diálogo abierto entre un “yo” católico y un “tú” católico, ambos casualmente gays? ¿O si no habrá algún deshielo en el permanentemente helado terreno eclesiástico, y la charla se hará mucho, mucho más fácil? De una manera u otra, déjame decirte lo que he descubierto en mis años como clandestino en territorio enemigo: no estás solo, y Sus promesas son ciertas.
Un gran abrazo de tu hermano,
James

Notas
[1] N. del T. En castellano en el original. volver
[2] N. del T. En castellano en el original.
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© James Alison 2007. Traducido del inglés por José Pedro Tosaus Abadía.
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domingo, 25 de septiembre de 2016

CARTA ABIERTA DE UN HOMOSEXUAL CATÓLICO AL PAPA

Querido Padre:

Dentro de unos días estará en mi país encontrándose con jóvenes católicos de todo el mundo. Su venida no me deja indiferente. Yo, como cristiano católico reconozco en su persona “el fundamento perpetuo y visible de la unidad de la fe y de la comunión” (L. G. 18). Por eso, para mí como creyente y español, su venida es un motivo de gozo y de afianzamiento en la fe que hemos recibido de los apóstoles y que sigue anunciándose a todos los hombres a través de su Iglesia.


Perdone el atrevimiento en mis palabras, al querer hablarle con sinceridad y franqueza. Creo firmemente como dice el Concilio que “es función de la jerarquía eclesiástica apacentar al pueblo de Dios y llevarlo a los mejores pastos” (L. G. 45) y que, “es deber de los fieles, acoger con prontitud lo que los sagrados pastores, representantes de Cristo, decidan como maestros y jefes en la Iglesia” (L. G. 37). Pero de la misma manera no olvido otro párrafo que dice que los laicos “hemos de manifestarles nuestras necesidades y deseos con la libertad y confianza que deben tener los hijos de Dios y hermanos en Cristo… tienen el derecho e incluso algunas veces el deber de expresar sus opiniones en lo que se refiere al bien de la Iglesia… siempre con sinceridad, con valentía y prudencia, con respeto y amor, a aquellos que por su función sagrada representan a Cristo” (L. G. 37).

Querido padre, yo soy homosexual, se lo digo con franqueza pero sin vergüenza. Desde hace unos años, ningún debate después de los debates de la esclavitud en el siglo XIX se ha visto la Iglesia en una cuestión tan problemática, candente y divisoria como la orientación sexual. Usted mismo no ha cesado de pronunciarse siempre que tiene ocasión contra nuestros derechos, convirtiendo este tema, según muestras sus palabras en una de las preocupaciones más importantes de su pontificado. Yo he escuchado con dolor sus palabras y por eso voy a hablarle con sinceridad y valentía, porque me perece que en sus manifestaciones está representado todo el miedo eclesial hacia un cambio social, cultural casi me atrevería decir, al que la Iglesia actual no sabe como hacer frente. Durante siglos la Iglesia ha sido la principal institución que ha legitimado la discriminación contra las lesbianas, los gays y las personas bisexuales en la cultura occidental. Pero al mismo tiempo la Iglesia ha representado a través de la vida clerical y de la vida religiosa la alternativa “oficial” al matrimonio heterosexual impuesto como normativo y exclusivo en Occidente.


Usted, es un intelectual, y yo, que soy un aficionado, un creyente, que busca la voluntad de Dios quiero compartir algunos puntos de vista distintos. Creo que no me negará que las fuentes principales de la Revelación cristiana son la Escritura, la Tradición, la razón y la experiencia.

Respecto a la Biblia sólo hay que decir que la Biblia no podía conocer la orientación homosexual, sino simplemente los actos homosexuales, pues la orientación sexual es algo que se empieza a descubrir en el siglo XIX.
 Pero la Escritura va más allá del ofrecimiento de normas de conducta específica, sino que nos empuja hacia la transformación de nuestras vidas sexuales de forma que respondan a la irrupción del Reino del Dios de la Gracia. Respóndame, padre, como teólogo, como papa, y como cristiano, ¿es pecado amar? ¿Porque entonces se me condena cuando no llevado por la lujuria, sino como respuesta a mi naturaleza que me lleva a buscar la complementariedad afectiva en un semejante, me abro a un amor puro, generoso y también fecundo? Sí, fecundo, porque la fecundidad no sólo está en la “producción”, sino también en los frutos espirituales del amor, pues el amor es siempre fecundo.


La tradición de la Iglesia, que supuestamente siempre nos ha condenado, ha de ser revisada desde una valoración positiva de la sexualidad. Los que no son célibes, saben muy bien, que la procreación no encierra la plenitud ni agota el significado cristiano del sexo genital. Eso sucede en los animales, pero no en la sexualidad humana, que es mucho más rica por deseo expreso del mismo Creador. Cuando se ve en el sexo tantas sospechas, el sexo no procreador se convierte en la cumbre de un instinto pecaminoso. Piensan los que así ven el sexo, entre ellos, usted, padre, que el sexo de los homosexuales es el incumplimiento deliberado del orden natural que, a su vez, socava la sociedad. Pero esto no es más que la expresión del miedo que los heterosexuales y la ética patriarcal, de la que la Iglesia es la mayor garante y la más beneficiada, tienen hacia las relaciones homosexuales, que son puramente gratuitas, basadas en el amor, y la entrega mutua, en la que dos varones o dos mujeres pueden entregarse sin los estereotipos de dominación- sumisión, sino como reciprocidad gratuita. Los nuevos conocimientos sobre la sexualidad humana, y concretamente sobre la orientación homosexual invitan a una revisión de los antiguos principios, a un mayor esfuerzo de coherencia en su aplicación y a un recurso más frecuente y creativo, a la virtud de la prudencia. A fin de cuentas, esta virtud moral ha de considerar los matices aplicables al juicio concreto de discernimiento sobre los valores que entran en conflicto en cada situación.


Usted es de la opinión que somos enfermos, personas que no han llegado a una madurez plena de su personalidad. Pero las ciencias humanas han clarificado de un modo significativo la naturaleza compleja de la orientación sexual. Llamarnos enfermos hoy día, es como seguir creyendo que la tierra no es redonda o que el sol gira alrededor de la Tierra, aunque la Biblia haga entenderlo así, y la Iglesia así lo defendió para ser, según creía, aunque erróneamente, fiel a la Palabra de Dios.

Mi propia experiencia personal me ha llevado a sentirme y saberme amado y querido por Dios en mi condición sexual. Y por otro lado, he tenido la suerte de acompañar a muchos hermanos míos, que después de haber durante años intentado vivir según la doctrina de la Iglesia en esta materia, han terminado destruidos, profundamente heridos, cuando no, aborreciendo de Dios e incluso intentado acabar con su propia vida. Seguir a Jesucristo siempre es fuente de vida, pero cuando un homosexual quiere vivir de acuerdo a la doctrina de la Iglesia termina en la muerte, la desesperación y el resentimiento. Esto, padre, no puede venir de Dios. Gracias a Dios, cada día más homosexuales católicos, pasan de la experiencia del infierno a la vida, cuando se descubren amados por Dios, y bendecidos por la Él en la realización de sus vidas como creyentes homosexuales y experimentan el poder amar a otra persona de su mismo sexo, sin remordimientos y sin angustias.


Yo soy hijo de la Iglesia, pero no puedo dejar de decirle  esto. Le anuncio lo que he visto y oído, lo que he vivido. Soy homosexual, es mi natural, y estoy absolutamente feliz de serlo. Soy católico y sufro sus palabras, y creo que también sus equivocaciones. No nos tenga miedo, padre, con nosotros, viviendo nuestra sexualidad como un don de Dios puede entrar en la Iglesia un sano escepticismo frente a una interpretación rígida de la naturaleza y a favor del valor del sentimiento frente a esas mentes cuadriculadas que sólo ven al hombre de un color, secándoseles así el corazón, incapaces de reconocer la diversidad y la diferencia como un don del Dios Trinidad y diverso. NO siga, padre, cerrando la Iglesia a la maravillosa creatividad de Dios, Padre de todo lo que existe, también de nosotros, los homosexuales. Voy a ser duro, pero muchas veces el amor sano y puro, que Dios pone en el corazón de dos hombres y dos mujeres, es emponzoñado, ensuciado, y convertido en impuro por sus palabras. A cuantos jóvenes homosexuales, he tenido que anunciar el amor de Dios en sus vidas, y a cuantos he visto salir de la muerte cuando han podido amar a Dios y a sus parejas, sin sentirse culpables, sucios, manchados. No siga, Padre, manchando el amor; llamando pecado a lo que es don de Dios; extendiendo el miedo a los que quieren ser libres para amar.

Quiero ser hijo de la Iglesia; en ella he nacido y en ella quiero morir. En la carta que nos escribió a los jóvenes con motivo de la JMJ, nos dice algo muy bello: “Cuando comenzamos a tener una relación personal con ÉL (Jesucristo), nos revela nuestra identidad, y con su amistad la vida crece y se realiza en plenitud”. Así lo he vivo yo como homosexual. Cristo ha iluminad mi vida, me ha revelado mi identidad como un don de su amor, y va creciendo a su plenitud”. Seguir la doctrina de la Iglesia, la que usted nos propone, muchas veces es un camino más fácil; así no tenemos que sufrir las incomprensiones sociales, la discriminación ni el rechazo, ni soportar el dolor de nuestras familias, y así se cumplen sus mismas palabras cuando dice: “os presentarán caminos más fáciles, pero vosotros mismo os daréis cuenta de que se revelan como engañosos, no dan serenidad ni alegría”. Pues eso es lo que pasa, cuando un homosexual quiere vivir según la doctrina de la Iglesia. Su vida se convierte en un infierno, y Dios en un juez terrible que ha condenado a una persona a vivir siempre sola, sin amor, y sin realizar su vida al lado de otra, en una complementariedad auténtica de donación mutua.


Santo Padre, usted vive fascinado por el mundo de las ideas platónicas, de las esencias de un mundo ilusorio creado para evadirnos de nuestra propia realidad. Es hora de que baje de ahí y así pueda bajar la Iglesia dejando así de tener miedo a la modernidad. Podría así ayudar a evitar tantos prejuicios que se han ido acumulando en la religión cristiana acerca del hombre considerando en él sólo lo que la cultura o la religión han definido como su esencia, un hombre teórico, ideal, en vez de comprender al hombre natural, completo, con todas sus complejidades.

No es mi intención ofenderle, sino expresarle con respeto y confianza lo que siento. Y manifestarle desde la realidad que es muy fácil creer que hacemos el bien, cuando lo que hacemos es hacernos cooperadores del mal y enemigos del Reino de Dios. Así lo hicieron en su día los Sumos sacerdotes, auténticos ministros de Dios, que llevaron a la muerte al Hijo de Dios, creyendo que así cumplían y hacían cumplir la Ley del mismo Dios.


Los homosexuales católicos necesitamos y queremos seguir viviendo nuestra fe en la Iglesia. Queremos que sus pastores nos propongan un camino de vida, en la que viviendo nuestra realidad podamos llegar a la plenitud en Cristo. La experiencia, padre, nos ha enseñado que el camino propuesto hasta ahora, de renunciar a vivir el amor, en una castidad para la que muchos no son llamados, sólo engendra muerte, pero no sólo muerte espiritual, sino también el suicido o el sinsentido que a veces es peor. Necesitamos que la Iglesia nos proponga un camino de realización cristiana que nos lleve a una vida plena.

Beso su mano, santidad, y pido por los frutos espirituales de estos días, sin dejar también de pensar en tantos hermanos nuestros, que en África están viviendo una situación de muerte. Espero de corazón, que así como se compromete por activa y por pasiva en la negación de nuestros derechos, se comprometa de la misma forma en clamar contra esta injusticia que está sucediendo ante la pasividad de no sólo de tantos gobiernos, sino también de tantos cristianos.


sábado, 24 de septiembre de 2016

ORACIÓN DE LA SERENIDAD


Señor, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, fortaleza para cambiar lo que soy capaz de cambiar y sabiduría para entender la diferencia. Viviendo día a día; disfrutando de cada momento; sobrellevando las privaciones como un camino hacia la paz; aceptando este mundo impuro tal cual es y no como yo creo que debería ser, tal y como hizo Jesús en la tierra: así, confiando en que obrarás siempre el bien; así, entregándome a tu voluntad, podré ser razonablemente feliz en esta vida y alcanzar la felicidad suprema a tu lado en la próxima. Amén

viernes, 23 de septiembre de 2016

ORACIÓN DE LA CONFIANZA

Señor, creo en ti. Señor del amor, señor de la felicidad.
Señor de la solidaridad, señor de la bondad, creo en ti.
Señor, creo en tí. Señor de la generosidad, señor de la paz.
Señor de la tolerancia, señor de la comprensión, creo en tí.
Señor, creo en tí. Señor de la amistad, señor de la unidad.
Señor de la alegría, señor de la esperanza, creo en ti.
Creo en tí señor. Señor de la dignidad, señor de la justicia.

Señor de la ayuda, señor del cariño, creo en tí.

jueves, 22 de septiembre de 2016

ORACIÓN SOBRE LOS MALOS PASTORES


Padre, sabes que hay pastores de lobos, y también lobos que son pastores.los que en lugar de predicar bondad y generosidad, son profetas del resentimiento y el odio. pero también aquellos que eligen vivir vidas sin fidelidad, y que por falta de sinceridad consigo mismos, se engañan a ellos y a los demás, pero no a tí.los que eligen el camino fácil de las noches oscuras o el de la intolerancia ¿pueden ser buenos pastores, señor? ¿Pueden darnos luz? que su camino no enturbie el nuestro. No lo permitas. Porque como dice el salmista, tu eres mi pastor y tu cayado me sosiega.

miércoles, 21 de septiembre de 2016

ORACIÓN PARA SABER MIRAR HACIA ADELANTE

padre nuestro, ayúdame a perdonar y olvidar: a los que amé tanto y me abandonaron, a los amigos que tuve y me traicionaron, a aquellos que ayudé y recibí de ellos ingratitud, de aquellos de los que esperé acogida y solo me dieron indiferencia, de los que pedí ayuda y me cerraron las puertas, de los que pensaba que eran de los míos y me dijeron que yo no era de ellos...padre nuestro, ayúdame a mirar al futuro construyendo un presente en que la ira y el rencor que no me llevan a ningún sitio me den la felicidad de la que carecen aquellos por los que pido ayuda para perdonar.

martes, 20 de septiembre de 2016

ORACIÓN PARA EL CAMINO A DIOS, BASADA EN LA CANCIÓN "OH, SEÑOR"

Señor yo quiero conocerte, quiero saber más de tí, quiero saber señor el camino entre tú y yo. sé lo que me contaron, o lo que leí de tí, solo eso sé señor, del camino entre tú y yo.

Señor mio invítame a seguirte, que quiero encontrarte, yo quiero escuchar tu voz, ven y enséñame señor, el camino entre tú y yo.

quiero que me alumbres, quiero sentir tu luz, déjame saber, señor, el camino entre tú y yo.

lunes, 19 de septiembre de 2016

CARTA DE RENUNCIA


Te entrego la carta de renuncia a mi mismo
esta es una entre varias, ya me conoces la letra
en cada paso avancé, pero algo antiguo me dejé conmigo
Con la carta te dejo todo lo que nunca debí guardarme

Es ahora o nunca, me ha abandonado contigo.

domingo, 18 de septiembre de 2016

NOVENA DE MARÍA AUXILIADORA PROPAGADA POR SAN JUAN BOSCO



1. Rezad durante nueve días seguidos tres Padrenuestros, Avemarías y Glorias con la jaculatoria "Sea alabado en todo momento el Santísimo Sacramento", y tres salves con la jaculatoria "María Auxiliadora de los cristianos, ruega por nosotros".

El cristiano ora al Señor y también a la que es su Auxiliadora

2. Recibid los Sacramentos de la Reconciliación y de la Eucaristía.

El cristiano vive unido a Cristo, a la Auxiliadora de los cristianos y a la Iglesia por los Sacramentos.

3. Os recomiendo que prometáis vuestro donativo o vuestro trabajo personal para sostener obras de apostolado, preferentemente salesianas.


El cristiano, siente que la Auxiliadora le anima a ser apóstol y a sostener las obras de apostolado de la Iglesia de Cristo.

sábado, 17 de septiembre de 2016

LA INDIFERENCIA, UN PECADO REAL

El más grande pecado de la sociedad de nuestro tiempo, y de muchos de nosotros a nivel personal, es, sin duda, la indiferencia, que nace de nuestro egoísmo; del egoísmo que nos lleva a pensar que lo único que vale la pena es vivir para nosotros mismos, para conseguir lo que deseamos, lo que nos parece importante, lo que nos coloca por encima de los demás, lo que nos distingue del común de la gente, lo que nos acredita como los mejores en cualquier cosa que sea.


Indiferencia frente a Dios, a quien pretendemos sacar de nuestra vida, como si no existiera, porque su presencia nos estorba, pues es exigente y nos señala un camino para seguir.

Indiferencia frente a los demás hombres y mujeres que pueblan el mundo, particularmente hacia los más pobres, porque sus necesidades y su sufrimiento nos cuestionan, y cuestionan nuestra manera de ser y de actuar.

La indiferencia nos vuelve ciegos, sordos, mudos y paralíticos, sin que nos demos cuenta de ello.

La indiferencia endurece nuestro corazón y nuestras entrañas, y poco a poco va convirtiéndonos en máquinas de producir dinero, triunfos profesionales, honores sociales, al costo que sea.


La indiferencia nos quita lo que tenemos de humanos, que es a la vez, lo que no hace parecernos a Dios, de quien, creámoslo o no, aceptémoslo o no, nos guste o no, somos criaturas.

La indiferencia nos hace volvernos cada vez más sobre nosotros mismos, y al hacerlo, va empequeñeciéndonos hasta que nos hace irreconocibles aún para nuestros familiares y amigos más cercanos.

Jesús, en cambio, nos invita a ser sensibles. A enriquecer nuestra personalidad con el amor por los demás. A llenar nuestra vida de sentido, acogiendo en nuestro corazón la fe y la esperanza, que proyectan nuestro ser y nuestra vida a la eternidad. A buscar en todo lo que hacemos, decimos y pensamos, el bien para nosotros mismos y para los demás.


Jesús nos invita a ser sencillos y humildes. A pensar en los otros antes que en nosotros mismos. A desear ser cada día mejores personas: a servir con mayor empeño a quienes viven a nuestro lado, a compartir lo que somos y lo que tenemos en el plano material y en el plano espiritual, con quienes nos rodean, a crecer intelectual y espiritualmente cuanto nos sea posible.

Jesús nos invita a poner a Dios en el centro de nuestra vida, con la certeza de que al hacerlo, no estamos volviéndonos retrógrados o cerrados, como mucha gente piensa, sino, por el contrario, elevándonos por encima de nuestras limitaciones y nuestras carencias, propias de nuestro ser de criaturas, y realizando lo que Él quiso al crearnos a su imagen y semejanza.

“La Palabra de Jesús va al corazón porque es Palabra de amor, es palabra bella y lleva al amor, nos hace amar”.


Papa Francisco