Querido Padre:
Dentro de unos días estará en
mi país encontrándose con jóvenes católicos de todo el mundo. Su venida no me
deja indiferente. Yo, como cristiano católico reconozco en su persona “el fundamento perpetuo y visible de la
unidad de la fe y de la comunión” (L. G. 18). Por eso, para mí como
creyente y español, su venida es un motivo de gozo y de afianzamiento en la fe
que hemos recibido de los apóstoles y que sigue anunciándose a todos los
hombres a través de su Iglesia.
Perdone el atrevimiento en mis
palabras, al querer hablarle con sinceridad y franqueza. Creo firmemente como
dice el Concilio que “es función de la
jerarquía eclesiástica apacentar al pueblo de Dios y llevarlo a los mejores
pastos” (L. G. 45) y que, “es deber
de los fieles, acoger con prontitud lo que los sagrados pastores,
representantes de Cristo, decidan como maestros y jefes en la Iglesia ” (L. G. 37).
Pero de la misma manera no olvido otro párrafo que dice que los laicos “hemos de manifestarles nuestras necesidades
y deseos con la libertad y confianza que deben tener los hijos de Dios y
hermanos en Cristo… tienen el derecho e incluso algunas veces el deber de
expresar sus opiniones en lo que se refiere al bien de la Iglesia … siempre con
sinceridad, con valentía y prudencia, con respeto y amor, a aquellos que por su
función sagrada representan a Cristo” (L. G. 37).
Querido padre, yo soy
homosexual, se lo digo con franqueza pero sin vergüenza. Desde hace unos años,
ningún debate después de los debates de la esclavitud en el siglo XIX se ha
visto la Iglesia
en una cuestión tan problemática, candente y divisoria como la orientación
sexual. Usted mismo no ha cesado de pronunciarse siempre que tiene ocasión
contra nuestros derechos, convirtiendo este tema, según muestras sus palabras
en una de las preocupaciones más importantes de su pontificado. Yo he escuchado
con dolor sus palabras y por eso voy a hablarle con sinceridad y valentía,
porque me perece que en sus manifestaciones está representado todo el miedo
eclesial hacia un cambio social, cultural casi me atrevería decir, al que la Iglesia actual no sabe
como hacer frente. Durante siglos la
Iglesia ha sido la principal institución que ha legitimado la
discriminación contra las lesbianas, los gays y las personas bisexuales en la
cultura occidental. Pero al mismo tiempo la Iglesia ha representado a través de la vida
clerical y de la vida religiosa la alternativa “oficial” al matrimonio heterosexual
impuesto como normativo y exclusivo en Occidente.
Usted, es un intelectual, y yo,
que soy un aficionado, un creyente, que busca la voluntad de Dios quiero
compartir algunos puntos de vista distintos. Creo que no me negará que las
fuentes principales de la
Revelación cristiana son la Escritura , la Tradición , la razón y la
experiencia.
Respecto a la Biblia sólo hay que decir
que la Biblia
no podía conocer la orientación homosexual, sino simplemente los actos
homosexuales, pues la orientación sexual es algo que se empieza a descubrir en
el siglo XIX.
Pero la Escritura va más allá del ofrecimiento de normas
de conducta específica, sino que nos empuja hacia la transformación de nuestras
vidas sexuales de forma que respondan a la irrupción del Reino del Dios de la Gracia. Respóndame ,
padre, como teólogo, como papa, y como cristiano, ¿es pecado amar? ¿Porque
entonces se me condena cuando no llevado por la lujuria, sino como respuesta a
mi naturaleza que me lleva a buscar la complementariedad afectiva en un
semejante, me abro a un amor puro, generoso y también fecundo? Sí, fecundo,
porque la fecundidad no sólo está en la “producción”, sino también en los
frutos espirituales del amor, pues el amor es siempre fecundo.
La tradición de la Iglesia , que supuestamente
siempre nos ha condenado, ha de ser revisada desde una valoración positiva de
la sexualidad. Los que no son célibes, saben muy bien, que la procreación no
encierra la plenitud ni agota el significado cristiano del sexo genital. Eso
sucede en los animales, pero no en la sexualidad humana, que es mucho más rica
por deseo expreso del mismo Creador. Cuando se ve en el sexo tantas sospechas,
el sexo no procreador se convierte en la cumbre de un instinto pecaminoso.
Piensan los que así ven el sexo, entre ellos, usted, padre, que el sexo de los
homosexuales es el incumplimiento deliberado del orden natural que, a su vez, socava
la sociedad. Pero esto no es más que la expresión del miedo que los
heterosexuales y la ética patriarcal, de la que la Iglesia es la mayor
garante y la más beneficiada, tienen hacia las relaciones homosexuales, que son
puramente gratuitas, basadas en el amor, y la entrega mutua, en la que dos
varones o dos mujeres pueden entregarse sin los estereotipos de dominación-
sumisión, sino como reciprocidad gratuita. Los nuevos conocimientos sobre la
sexualidad humana, y concretamente sobre la orientación homosexual invitan a
una revisión de los antiguos principios, a un mayor esfuerzo de coherencia en
su aplicación y a un recurso más frecuente y creativo, a la virtud de la
prudencia. A fin de cuentas, esta virtud moral ha de considerar los matices
aplicables al juicio concreto de discernimiento sobre los valores que entran en
conflicto en cada situación.
Usted es de la opinión que
somos enfermos, personas que no han llegado a una madurez plena de su
personalidad. Pero las ciencias humanas han clarificado de un modo
significativo la naturaleza compleja de la orientación sexual. Llamarnos
enfermos hoy día, es como seguir creyendo que la tierra no es redonda o que el
sol gira alrededor de la Tierra ,
aunque la Biblia
haga entenderlo así, y la
Iglesia así lo defendió para ser, según creía, aunque
erróneamente, fiel a la
Palabra de Dios.
Mi propia experiencia personal
me ha llevado a sentirme y saberme amado y querido por Dios en mi condición
sexual. Y por otro lado, he tenido la suerte de acompañar a muchos hermanos
míos, que después de haber durante años intentado vivir según la doctrina de la Iglesia en esta materia,
han terminado destruidos, profundamente heridos, cuando no, aborreciendo de Dios
e incluso intentado acabar con su propia vida. Seguir a Jesucristo siempre es
fuente de vida, pero cuando un homosexual quiere vivir de acuerdo a la doctrina
de la Iglesia
termina en la muerte, la desesperación y el resentimiento. Esto, padre, no
puede venir de Dios. Gracias a Dios, cada día más homosexuales católicos, pasan
de la experiencia del infierno a la vida, cuando se descubren amados por Dios,
y bendecidos por la Él en la realización de sus vidas como creyentes
homosexuales y experimentan el poder amar a otra persona de su mismo sexo, sin
remordimientos y sin angustias.
Yo soy hijo de la Iglesia , pero no puedo
dejar de decirle esto. Le anuncio lo que
he visto y oído, lo que he vivido. Soy homosexual, es mi natural, y estoy
absolutamente feliz de serlo. Soy católico y sufro sus palabras, y creo que
también sus equivocaciones. No nos tenga miedo, padre, con nosotros, viviendo
nuestra sexualidad como un don de Dios puede entrar en la Iglesia un sano escepticismo
frente a una interpretación rígida de la naturaleza y a favor del valor del
sentimiento frente a esas mentes cuadriculadas que sólo ven al hombre de un
color, secándoseles así el corazón, incapaces de reconocer la diversidad y la
diferencia como un don del Dios Trinidad y diverso. NO siga, padre, cerrando la Iglesia a la maravillosa
creatividad de Dios, Padre de todo lo que existe, también de nosotros, los
homosexuales. Voy a ser duro, pero muchas veces el amor sano y puro, que Dios
pone en el corazón de dos hombres y dos mujeres, es emponzoñado, ensuciado, y
convertido en impuro por sus palabras. A cuantos jóvenes homosexuales, he
tenido que anunciar el amor de Dios en sus vidas, y a cuantos he visto salir de
la muerte cuando han podido amar a Dios y a sus parejas, sin sentirse
culpables, sucios, manchados. No siga, Padre, manchando el amor; llamando
pecado a lo que es don de Dios; extendiendo el miedo a los que quieren ser
libres para amar.
Quiero ser hijo de la Iglesia ; en ella he nacido
y en ella quiero morir. En la carta que nos escribió a los jóvenes con motivo
de la JMJ , nos
dice algo muy bello: “Cuando comenzamos a
tener una relación personal con ÉL (Jesucristo), nos revela nuestra identidad,
y con su amistad la vida crece y se realiza en plenitud”. Así lo he vivo yo
como homosexual. Cristo ha iluminad mi vida, me ha revelado mi identidad como
un don de su amor, y va creciendo a su plenitud”. Seguir la doctrina de la Iglesia , la que usted nos
propone, muchas veces es un camino más fácil; así no tenemos que sufrir las
incomprensiones sociales, la discriminación ni el rechazo, ni soportar el dolor
de nuestras familias, y así se cumplen sus mismas palabras cuando dice: “os presentarán caminos más fáciles, pero
vosotros mismo os daréis cuenta de que se revelan como engañosos, no dan
serenidad ni alegría”. Pues eso es lo que pasa, cuando un homosexual quiere
vivir según la doctrina de la Iglesia. Su
vida se convierte en un infierno, y Dios en un juez terrible que ha condenado a
una persona a vivir siempre sola, sin amor, y sin realizar su vida al lado de
otra, en una complementariedad auténtica de donación mutua.
Santo Padre, usted vive
fascinado por el mundo de las ideas platónicas, de las esencias de un mundo
ilusorio creado para evadirnos de nuestra propia realidad. Es hora de que baje
de ahí y así pueda bajar la
Iglesia dejando así de tener miedo a la modernidad. Podría
así ayudar a evitar tantos prejuicios que se han ido acumulando en la religión
cristiana acerca del hombre considerando en él sólo lo que la cultura o la
religión han definido como su esencia, un hombre teórico, ideal, en vez de
comprender al hombre natural, completo, con todas sus complejidades.
No es mi intención ofenderle,
sino expresarle con respeto y confianza lo que siento. Y manifestarle desde la
realidad que es muy fácil creer que hacemos el bien, cuando lo que hacemos es
hacernos cooperadores del mal y enemigos del Reino de Dios. Así lo hicieron en
su día los Sumos sacerdotes, auténticos ministros de Dios, que llevaron a la
muerte al Hijo de Dios, creyendo que así cumplían y hacían cumplir la Ley del mismo Dios.
Los homosexuales católicos
necesitamos y queremos seguir viviendo nuestra fe en la Iglesia. Queremos
que sus pastores nos propongan un camino de vida, en la que viviendo nuestra
realidad podamos llegar a la plenitud en Cristo. La experiencia, padre, nos ha
enseñado que el camino propuesto hasta ahora, de renunciar a vivir el amor, en
una castidad para la que muchos no son llamados, sólo engendra muerte, pero no
sólo muerte espiritual, sino también el suicido o el sinsentido que a veces es
peor. Necesitamos que la
Iglesia nos proponga un camino de realización cristiana que
nos lleve a una vida plena.
Beso su mano, santidad, y pido
por los frutos espirituales de estos días, sin dejar también de pensar en
tantos hermanos nuestros, que en África están viviendo una situación de muerte.
Espero de corazón, que así como se compromete por activa y por pasiva en la
negación de nuestros derechos, se comprometa de la misma forma en clamar contra
esta injusticia que está sucediendo ante la pasividad de no sólo de tantos
gobiernos, sino también de tantos cristianos.
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