Comenzamos
ya el segundo semestre del año 2013, y continuamos celebrando con y en la
Iglesia, el Año de la Fe, convocado por el Papa Benedicto XVI, para conmemorar
los 50 años del Concilio Vaticano II, que renovó la Iglesia y la Vida eclesial
en todas sus dimensiones y manifestaciones.
El
Papa Francisco, siguiendo la tarea iniciada por su predecesor y en comunión con
él, ha publicado ya su primera Encíclica titulada “La luz de la fe”, dirigida a
los cardenales, obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos y fieles, entre
quienes estamos, sin duda, todos nosotros, que confesamos creer en Dios uno y
trino, y en la salvación que consiguió para nosotros Jesús, el Hijo eterno de
Dios, hecho hombre como nosotros.
Cuando
nos preguntamos sobre la fe, es seguro que después de algunas vacilaciones y
dudas, todos damos respuestas muy distintas, que en general son parciales e
incompletas, porque nuestro conocimiento es siempre y en todos los aspectos del
saber y de la vida, frágil y limitado.
En
este sentido, hemos oído seguramente a muchos que afirman que “la fe es ciega”,
y consideran que la única manera que tenemos de creer es “cerrando los ojos” y
aceptando sin más lo que se nos propone sobre Dios, porque Él que es el único y
verdadero objeto de nuestra fe, es siempre inalcanzable e ininteligible.
Sin
embargo, la realidad es otra y bien distinta. La fe, para que sea verdadera,
tiene que ser siempre una fe “de ojos bien abiertos y oídos bien despiertos”.
Ojos abiertos para ver, y oídos despiertos para escuchar, porque es mirando
atentamente dentro de nosotros mismos y a nuestro alrededor, y escuchando con
atención la voz Dios que se hace audible en la naturaleza y en la historia,
como podemos descubrirlo y “entenderlo”;
descubrir y entender que nos ha hablado desde el principio de los tiempos, de
muchas maneras, y nos ha revelado su “rostro amoroso” y su presencia providente
y misericordiosa, en la persona de Jesús, en quien cumplió sus promesas.
Sería
muy útil y muy provechoso para todos nosotros, leer con atención la Encíclica
del Papa, sobre este tema tan importante y que tanto nos atañe. Está dirigida
también a nosotros, los fieles laicos, no lo olvidemos, y su lenguaje es más
claro de lo que solemos imaginarnos.
Las
Encíclicas son pensadas precisamente, para enseñarnos a todos; para darnos
claridad sobre un tema que compete a la Iglesia en su totalidad, pastores y
fieles; para ponernos a todos en sintonía, de tal manera que nos mantengamos
unidos como Jesús lo quiso y lo quiere, en una fe común, creyendo lo mismo y
haciendo realidad esa fe en nuestras obras de cada día, porque la fe no es
simplemente un conjunto de verdades teóricas, sino la adhesión vital a
Jesucristo, con quien nos hemos encontrado personalmente, y a quien hemos
decidido seguir e imitar.
Para
quienes estén interesados, el contenido completo de la Encíclica Lumen Fidei”
(La luz de la fe), que es sólo de 88 páginas (pequeñas), esta se puede
descargar en la siguiente dirección:
http://www.aciprensa.com/pdf/lumenfidei.pdf
“… Jesús se
presenta como aquel que nos explica a Dios… Creemos a Jesús cuando aceptamos su
Palabra, su testimonio, porque él es veraz. Creemos en Jesús cuando lo acogemos
personalmente en nuestra vida y nos confiamos a él, uniéndonos a él mediante el
amor y siguiéndolo a lo largo del camino”
(Papa
Francisco “La Luz de la Fe” N. 18)
El
Papa Benedicto XVI proclamó el año comprendido entre el 11 de octubre de 2012 y
el 24 de noviembre de 2013, como el AÑO DE LA FE.
Esto
significa que 2013 debe ser para nosotros – cristianos católicos – un año muy
especial, en el que estamos invitados a:
1.
Recordar, es decir, pasar de nuevo por la mente y por el corazón, las verdades
que creemos, que están formuladas en el Credo que rezamos cada domingo en la
Eucaristía, y que el Papa nos invita a rezar cada día, durante todo este
tiempo.
2.
Reasumir en nuestra vida de cada día, con profunda humildad, la centralidad de
Dios, en quien todo, incluyéndonos nosotros mismos – nuestro ser y nuestra vida
-, adquiere su verdadero y más profundo sentido.
3.
Tomar de nuevo conciencia, de que la verdadera fe no es teoría, sino práctica,
y por lo tanto, debe conducirnos siempre al ejercicio de la caridad, porque
como nos dice el apóstol Santiago, “la fe si no tiene obras, es una fe muerta”
(Santiago 2,17).
Hagamos
el propósito de asumir con amor y responsabilidad esta propuesta del Papa, y
nuestra vida entera será renovada.
“La fe lleva a descubrir que el encuentro con
Dios valoriza, perfecciona y eleva lo que es verdadero, bueno y bello en el
hombre”
Benedicto XVI
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