Es
una realidad que no podemos negar. Basta
que miremos a nuestro alrededor con un poco de atención: el mal crece a pasos
de gigante y amenaza con engullirnos a todos en su torbellino de destrucción y
muerte, si no hacemos algo ya para evitarlo.
Crece
el mal – el pecado, que es el mal que realizamos -, con sus consecuencias
nefastas para cada uno de nosotros en particular, y para la sociedad en
general. Todos podemos verlo y sentirlo sin mayor esfuerzo.
Crecen
la mentira, la injusticia, la violencia, la corrupción a todos los niveles, y
crecen también el egoísmo, el materialismo, el hedonismo, el consumismo, el
pansexualismo, y todo lo que de una manera o de otra, va conduciéndonos,
sin darnos mucha cuenta, a la
degradación de la persona humana, que Dios creó “a su imagen y semejanza”, para
que viviera como hijo suyo.
Por
esto, precisamente, se hace cada día más necesario y urgente, que los
cristianos, herederos del mensaje de amor de Jesús, hagamos crecer, con
nuestras obras, el bien, la belleza, la verdad, la justicia, la responsabilidad
social, el amor, la solidaridad, el
respeto por la vida en todas sus formas, el respeto por la persona humana, la
sencillez y la humildad, el servicio en todas sus formas, y en general, todo
aquello que hace posible que la persona humana mantenga su dignidad de hijo de
Dios, y alcance la plenitud a la que está llamado.
¿Cómo?…
Simplemente multiplicando por diez, por cien, por mil… nuestras acciones
buenas, nuestras actitudes positivas, nuestro trabajo en pro de la belleza, la
verdad, la justicia, la libertad, el amor y la paz en todas sus formas. De día
y de noche, aquí y allá, porque el mal no distingue lugares ni tiempo, y
tampoco descansa.
Nos
lo dice san Pablo, en su Carta a los creyentes de la ciudad de Roma:
“No
te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien” (Romanos 12,
21)
Es
la única manera que tenemos de corresponder a la bondad infinita de Dios y a su
amor sin condiciones. La única manera de buscar que el mundo realice el deseo
de Dios, su Voluntad amorosa y eminentemente salvadora.
“Hay santos de
cada día, santos “ocultos”,
una especie de
“clase media” de la santidad
de la que
todos podemos formar parte”.
Papa Francisco
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